El narrador de cuentos
¿Para qué habrá viajado a USA Pedro Castillo Terrones, en compañía de su esposa, sabiendo que la Fiscalía de la Nación había pedido el impedimento de la salida del país de su cónyuge por estar acusada de formar parte de una organización criminal que estaría comandando su marido? Sencillamente viajó para ganar tiempo, y engañar a la opinión pública internacional sobre la verdad de lo que viene ocurriendo en nuestro país. Si bien Castillo plagió su tesis para graduarse de maestro –como consecuencia de su total incapacidad cognitiva, lexicográfica y dialéctica- es evidente que lo que sí exhibe este sujeto es una tridimensional capacidad para la actuación, la impostación. ¡Y, sobre todo, para la falacia! Castillo es todo un maestro del engaño; es el doctor de la argucia, el genio de la patraña. Por cierto, todos estos atributos los exhibe Pedro Castillo trufados de un histrionismo digno de los mejores actores teatrales de la historia. Pero lo que definitivamente no es –ni jamás será- Pedro Castillo es el maestro, el gobernante y esa persona honesta que alega ser, que hoy se aprovecha del dinero de los peruanos para promoverse engañando a la aldea global reunida en la ONU, asamblea burocrática fácilmente utilizable por tipejos como él.
Sentado en una elegante sala en Nueva York, ante una audiencia calificada por la prensa estatal -y la comprada por palacio- como “los principales empresarios e inversionistas” (a simple vista eran incautos funcionarios, ávidos por escuchar a cualquier estrafalario para cumplir con su labor de informar a sus superiores), Castillo parecía ser un extraterrestre. Pero apenas provenía del distrito Gorgor de Cajamarca, Perú. Este artista de la falacia se desfogaba narrando su clásico discursete de victimización, contándole a un aburridísimo auditorio una novela turca. Cada palabra del histriónico Castillo, convertido en esta oportunidad en narrador de cuentos desdichados, provocaba congoja; aunque particularmente, aburrimiento. Pero Castillo se despachaba sonriente contando que un padre de familia “compró un tamborcito con el dinero que ese día debió destinarlo a comprar comida”. Pero lo hizo “para ganarse la vida”, subiendo a los buses con su pequeña hijita para que “baile al son del tamborcito”. Y una noche, mientras el hombre dormía en su choza de esteras -ubicada en Villa El Salvador “atrás del palacio de gobierno”, dijo (lo cual es falso)- ocurrió un incendio causándole la muerte a siete de los nueve integrantes de su familia, aunque salvándose de la tragedia él y la hijita que bailaba al son del tamborcito. Semejante tragedia griega conmocionaría a los asistentes, lo que probablemente acabe rindiéndole dividendos a este maestro de la mendacidad. Aunque, amable lector, con toda seguridad, esta suerte de película hindú terminará generándole un descomunal daño al Perú. Porque Castillo conseguirá oxígeno –tiempo y recursos- apoyado en aquella burocracia tóxica de la ONU. ¿Asimilarán su error los congresistas –incluyendo a José Williams Zapata- que aprobaron el viaje de Castillo, quien permanecerá presionando hasta convertirnos en la versión andina de Cuba? Lo más probable es que nunca lo hagan. ¡Porque son demasiado mediocres!
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