El negocio de la candidatura presidencial o congresal
El Perú es un país pobre. Por más que, según Raimondi, esté sentado sobre un banco de oro, Riqueza que cada día le es más difícil explotar, por oposición de sus dirigentes políticos. Políticos que, como hoy nuevamente comprobamos, se encuentran cada vez menos capacitados para ejercer el cargo a cual postulan para que los elija el pueblo. El abanico de menesterosos e incapaces que candidatean a la presidencia del país es simplemente de vértigo. Y los calificados no pasan de uno o dos. Igual sucede con los aspirantes a congresistas. Por lo general, postulan los ciudadanos menos capacitados. El problema que esto acarrea es que el Perú esté cada vez peor gobernado y como tal empeore progresiva, apresuradamente la calidad de vida de su población. Y por si ello fuese poco, esos presidentes que causan estragos, que manipulan la verdad, que se dedican a asegurar su futuro antes que a resguardar el de sus electores, tienen la vida comprada una vez que dejan del cargo. Nos referimos a la pensión vitalicia a la cual, por ley, tienen derecho. Por más improductivos, corrosivos y nefastos que hayan sido al ejercer el poder en condición de presidente, o también como padres de la patria. Por cierto, el encargo que tienen un jefe de Estado o un parlamentario es por cinco años de labor, rodeados de todas las comodidades. El mandatario reside en palacio y tiene 24 horas al día un abanico de servidores a su disposición, fuera de avión, automóvil, etc. Los otros, oficinas con pajes, gastos de representación, etc. Sin embargo, apenas en un lustro estos servidores públicos se harán acreedores a una pensión vitalicia. Lo que en los demás trabajadores -privados y estatales- se logra con 30 años de empleo.
Supuestamente el objeto de esa ley es que “no le falten recursos económicos a quien ha ejercido funciones de presidente de la Nación, diputado o senador”. Precaución que viene de antaño, cuando las características del ser humano impedían que, pasados los cincuenta años, la persona siguiese plena para ejercer todas sus facultades. Como ocurre hoy, inclusive pasados los setenta y aún edades más avanzadas. El hecho es que los cargos de presidente y de congresista no son únicamente apetecibles por el poder, la fanfarria y el sueldo, sino por la pensión vitalicia que recibirán en un país de desocupados e informales, fuera de las consabidas prebendas bajo la mesa que se repartirán como naipes. Lo que a diario confirmamos con irritación. Este es el motivo por el cual vemos en el partidor electoral a tanto mequetrefe, a tanto incompetente, a tanto tránsfuga profesional decidido a postular como mandatario de este país. Resulta insultante para una nación pobre -por culpa de sus políticos- que los mamarrachentos pretendan que se les elija para gobernarnos con los pies; para llenarse los bolsillos con deshonestidades; y encima para recibir una pensión vitalicia. Si no ponemos coto a semejante barbaridad, entonces tampoco nos quejemos del descalabro nacional que seguirá consolidándonos como país inviable.