El nombre propio sustantiva las relaciones personales
Aún sigue aleteando en mi memoria una escena que pude visualizar en las redes sociales en días pasados; de duración breve pero el mensaje nítido y elocuente. Tanto que me ha animado a componer unas líneas al respecto. En la primera toma, se observa una joven con rostro cariacontecido y llorando desconsoladamente. En el siguiente acto, un solitario anciano de escasos recursos está sentado comiendo en una calle transitada. En la última escena, a la joven se le ve protestando con empaque, pero entre sollozos, por la situación de soledad y pobreza del anciano ubicado a escasos metros desde donde ella graba con su celular este episodio.
Una vía de penetración al episodio reportado nos conduce hacia un territorio desarticulado y quebrado, ocasionado por la hipótesis de que otros son los causantes directos de los acontecimientos individuales y, por tanto, terceros deben frenar esos atropellos a fuerza de congregar mediante ideas y acciones a personas que comulguen con ellas. La interpretación de la realidad no procede de una genuina y objetiva apertura a ella sino desde una perspectiva acomodaticia, es decir, retaceando, omitiendo o reemplazando partes con el propósito de justificar o defender una concepción que nutre de explicaciones el origen o causa de los fenómenos sociales. En este sentido, cuando una interpretación de un hecho o fenómeno se eleva a la categoría de ideología, las visiones que difieren no encajan, simplemente se cancelan, más aún, lo propio ocurre con quienes las sostienen. A quien no piensa o siente igual se le considera un opositor, un indigno o un indiferente. A partir de este momento, las relaciones con el otro, aunque sea conciudadano, tienden a deshumanizarse. Al no interesar la persona en su singularidad, sino el grupo o colectivo al que pertenece, las distancias se afirman sobre la base de calificar, adjetivar y reducir al otro, a los otros. Desde esta óptica, el acento no recae en la persona única e individual; importa más conseguir la prevalencia de la ideología, utilizando los órganos o medios de poder político o mediático.
Otra vía de análisis evidencia una fragilidad afectiva que raya en el emotivismo que se expresa con intensidad frente a una situación considerada como injusta. Ese emotivismo presenta una particularidad: no mueve a la acción; su movimiento estremece y se calma en el propio cuerpo. En el segundo acto, a pesar de que el anciano estaba muy cerca de la joven y su frágil presencia era el desencadenante de tristeza, no tomó iniciativa alguna para paliar esa situación, para “quebrar” su soledad. Un gesto solidario efectivo y real hubiera sido acompañarlo y “ponerle rostro” a través del trato personal. Cuando en las relaciones humanas la conexión se establece al amparo del uso y abuso de categorías, rótulos y calificativos se trae al primer plano lo accidental, dejando en la penumbra lo sustancial de la persona. Entonces, se protesta por sufrientes, pobres, migrantes, etc., pero se omiten estrategias y acciones que miren al bien común: atiendan a personas con nombre y biografía propias.
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