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El nuevo año escolar y la alta misión del maestro

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Fecha Publicación: 23/02/2024 - 21:50
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Activar el querer de un estudiante no se alcanza siguiendo a pie juntillas un manual de instrucciones, menos reproduciendo mecánicamente una estrategia. Al contrario, se requiere de una docencia que tenga de arte, de vocación y mucho de virtud. De arte porque a través de operaciones educativas se ayuda al alumno a crecer como persona. Ayudar, sin reemplazar, supone una vocación de entrega generosa capaz de colaborar con un estudiante en la búsqueda de su bien personal, sea estando cerca para darle una mano; manteniéndose firme para corregirlo; y siendo claro y conciso en la exposición de motivos que precede a la conveniencia de un cambio de conducta.
Cuando un alumno quiere el bien propuesto como suyo, las conexiones virtuosas se multiplican en su propio beneficio. Pero…¿si no quiere? La virtud del docente radica en no perder la serenidad para dar a cada uno lo suyo: enseñanza, aprendizaje y el trato personal. La clave del éxito en el acto educativo reside en el querer del profesor y del alumno; por eso toda adquisición o aquella que efectivamente opera un cambio, se resuelve gracias a la libertad que se revela y ejercita en la toma de decisiones.

Es tan sensible la relación docente-discente que basta con que uno de los extremos no quiera hacer la parte que le corresponda para que las políticas y medidas procedentes de las altas esferas queden sin efecto. Parece más sensato que, en vez de gastar tiempo, dinero y energías en la confección y difusión de reglamentos, parámetros de resultados e instrucciones regulatorias, se aplicaran en promover y estimular que el docente quiera, pero para querer es preciso en primera instancia–poder. Con poder me refiero no solamente a contar con los medios e instrumentos mínimos para desempeñar su quehacer; sino a tener autonomía para elegir los medios más pertinentes para desarrollar su labor; a que confíen en su capacidad y en su criterio profesional respaldando sus decisiones asumidas y aplicadas. Por último, a disponer del tiempo y el espacio necesario y prudente para dedicarse a su cultivo personal, al trato capilar con el alumno y al intercambio con sus colegas.

Al revelarse el alumno, la ayuda del docente será la apropiada para su mejora personal. La figura del docente es compartida por un grupo de alumnos; no obstante, el modo de ser profesor es percibido de modo distinto por cada uno de ellos. La relación es personal e irrepetible, de manera que la ayuda se ajusta a la medida del educando. La formación de una persona hace la diferencia. ¡cuánto bien hace el docente a la historia del país, logrando que cada alumno quiera ser mejor!

Mientras impere una mirada cuantitativa de la educación, la labor del docente se retacea o se reduce a nivel de mero transmisor de información. Soy un convencido de que la educación es una actividad manifestativamente humana: la dignidad, la singularidad y la fragilidad de quienes educan y son educados se muestran en todo su esplendor en lo cotidiano de la vida escolar.

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