“El nuevo mundo”
Desde los inicios de la Conquista española, los órganos de gobierno se encontraban separados, como sucedía en el Perú con las gobernaciones de Nueva Castilla y Nueva Toledo (no existieron gobernaciones llamadas Nueva Navarra ni Nuevo León en el Perú). Entre los más destacados gobernadores estuvieron Francisco Pizarro y, posteriormente, Diego de Almagro. Las disputas entre ambos, motivadas por intereses de poder y territorio, llevaron a enfrentamientos que obligaron al emperador Carlos V de España a establecer un solo Estado: el Virreinato del Perú (1542).
Al informarse en España de la muerte de Francisco Pizarro en Lima a manos de los partidarios de Diego de Almagro el Mozo (no Fernando Tapia), se hizo evidente la necesidad de un control más firme. Así, junto con la instauración del virreinato, se consolidaron instituciones políticas como la Casa de Contratación de Sevilla, el Real y Supremo Consejo de Indias, las Reales Audiencias, además de las instituciones eclesiásticas.
Más tarde, durante el siglo XVIII, las Reformas Borbónicas introdujeron cambios significativos: la expulsión de los jesuitas, la creación de los consulados de comercio y el sistema de intendencias al estilo francés. Estas medidas, aunque fortalecieron inicialmente el poder de la Corona, también contribuyeron al descontento que desembocó en los movimientos de emancipación.
Hoy, todas esas instituciones son apenas una tenue sombra de lo que fueron. No solo cambiaron de nombre y de función, sino que también conservaron el estatus social de siglos atrás. En esto quiero centrarme: no en la grandeza de un caído virreinato, sino en el reflejo que aún se encuentra en una municipalidad distrital.
Los aristócratas de antaño dejaron sus funciones, pero su estatus social se mantuvo. A los españoles los sucedieron los criollos y mestizos, cuyos descendientes tomaron su lugar. Con el comercio, los mulatos continuaron trabajando en la construcción, en los hogares y en tareas forzosas, mientras que los agricultores indígenas permanecieron en la misma condición social, solo que ahora obligados a pagar la “contribución indígena”.
Es difícil verlo de otra manera: a lo largo de muchas épocas en el Perú, se pagaron tributos sin que los indígenas fueran considerados ciudadanos plenos. Este sentido de permanencia del poder, con estructuras sociales rígidas, no fue exclusivo del Perú. También ocurrió en otras colonias: las Trece Colonias de Norteamérica con Inglaterra, la Nueva España (México) o el Virreinato del Río de la Plata (Argentina).
Todos tenemos algo en común: fuimos parte de una corona, es decir, no éramos independientes. Pero una vez que lo fuimos, con el paso del tiempo quedó en evidencia qué países tomaron mejores decisiones en la construcción de su república. La independencia no borró las huellas coloniales: muchas élites locales heredaron los privilegios y mantuvieron las desigualdades.
Hoy, en un mundo interconectado, el desafío trasciende fronteras. América Latina comparte con otras regiones la necesidad de reinventar sus instituciones y tomar decisiones que aseguren justicia social y un verdadero progreso internacional.
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