El optimismo razonable
Una empresa envió a dos de sus mejores hombres a un lejano país para promover la venta de calzados. Al cabo de un tiempo, uno de ellos comunicó su deseo de regresar, argumentando la imposibilidad de revertir la costumbre de los habitantes de andar descalzos. Por el contrario, el otro descubrió que había allí un gran mercado, pues la mayoría no usaba zapatos. Este último caso tipifica a un optimista que, según el filósofo español Leonardo Polo, es aquella persona que lleva consigo una apreciación positiva de la vida, del mundo, de esa realidad con la que cada uno tiene que tratar. Sin embargo, conviene distinguir entre el optimista cándido y el realista.
El cándido sostiene que vivimos en el mejor de los mundos posibles: Todo está bien, por tanto, no hay nada por hacer. Ese mundo así pensado y percibido, sería pasmosamente aburrido y tedioso, porque el hombre activo, con tareas y responsabilidades, no tendría cabida. Además, sin retos ni desafíos, una persona no podría desarrollarse ni contribuir con sus cualidades a la sociedad.
En cambio, el optimista realista es consciente de que no está en el mejor de los mundos posibles, por eso puede mejorarlo. Estamos en un mundo donde, por muchos motivos, las cosas no están bien; precisamente por eso, debemos empeñarnos en arreglarlas, en lograr que las situaciones mejoren. El empeño por mejorar o cambiar las cosas implica un prerrequisito: abrirse a la realidad: las cosas son como son, no como quisiéramos que fuesen. El cambio no es una idea feliz o un pensamiento mágico que opera automáticamente porque se desea. El cambiar es un quehacer esforzado que se fundamenta en el querer.
El trabajo, la libertad y la confianza son los pilares del optimismo. El trabajo, entendido como la capacidad humana de añadir perfección a las cosas que existen. Libertad, en el sentido de que el hombre tiene la capacidad real de participar vitalmente direccionando sus talentos para mejorar las cosas, pero al mismo tiempo es libre para empeorarlas. “El hombre –comenta Polo– puede ir hacia un mundo mejor, pero también hacia un mundo peor. Aceptar esta tesis es propio del optimista auténtico que nos brinda la posibilidad de mejorar; en cambio admitir que la mejora es inevitable o necesaria es una postura determinista que desconoce la auténtica unidad del hombre, que se cifra, justamente, en que es un ser libre”. La libertad del hombre es un riesgo. Pero en ella también radica su grandeza: ser autor y responsable de sus actos. Por eso, el mejorar o el empeorar son actos o acciones libres del hombre: no son necesarias ni forzosas.
Por último, la Confianza razonable en las propias posibilidades y capacidades sin sobredimensionarse ni minusvalorarse. Confianza igualmente en las posibilidades y capacidades de los demás. La ayuda y la cooperación se sustentan en la confianza. La desconfianza se explica porque no se reconoce ni acepta en los demás que pueden o quieren cambiar o mejorar; y, porque se presume que el cambio del otro tiene que ajustarse a los criterios o indicadores que uno estima como buenos.
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