El periplo de Castillo
Habría que cantarle “Mambrú se fue a la guerra” al mandatario Castillo, tras el anuncio de su viaje a Nueva York, Washington y México. Porque para un recalcitrante marxista como él, pisar suelo norteamericano es tantear terreno enemigo. Recordemos que su uña y mugre, el premier Bellido, ha pedido dinamitar las relaciones diplomáticas con el gigante de occidente; que expulsen a la CIA, y que hagan lo propio con la DEA. Para este régimen, la tierra del Tío Sam es territorio comanche. Allá radica el enemigo. Es más. Castillo no tiene pero la más vaga idea de lo que significa mantener relaciones diplomáticas con la primera potencia del planeta. Cree que al llegar a USA, provisto de su sombrero luminoso, las autoridades estadounidenses se rendirán a sus pies. O que podrá guardar sus vergonzosos silencios como muestra de alguna sabiduría autóctona que los gringos respetarán, limitándose a leer los discursos que le escriben como toda señal de su trascendencia. ¡Pero no es así! ¡Cuando viaje al exterior no irá en plan de turista! En todo instante representará al Perú. En consecuencia haría pasar vergüenza a 32 millones de peruanos luciéndose tal como suele comportarse acá. Vale decir, trajeado de algo indescriptible aunque ciertamente ridículo; aparte, silente y taciturno, salvo para leer panegíricos que preparan sus escribidores; o lanzándose a pronunciar peroratas plazueleras que inflaman al auditorio.
Precisemos. ¿Para qué viaja Castillo? ¿Lo hace a nombre del Estado peruano; de esa chusma comunista que gobierna con y por él; o en condición de qué? Porque los jefes de Estado no son ciudadanos comunes que hacen lo que les venga en gana. Por más que Castillo haya quebrado todos los protocolos presidenciales, apelando a conductas indignas para quien ejerce ese cargo en nombre de 32 millones de peruanos. Lo primero que debe hacer un presidente es informar a la ciudadanía el motivo de su periplo; qué instituciones y con qué personas se entrevistará; cuál es la agenda y qué expectativas tiene previstas alcanzar en su aventura. Además, amigo lector, hay que considerar el golpe sicológico que sufrirá el presidente Castillo apenas aterrizado en Nueva York. ¡Será un shock fortísimo! Imaginen el trauma de cambiarle de libreto tras una elección tormentosa y su escandalosa proclamación presidencial; o su accidentada instalación en la Casa de Pizarro después de anunciar que jamás residiría -ni despacharía- desde palacio de gobierno, sede oficial de la presidencia de la República que, manu militari, dijo convertirla en museo. Alucinen eso y tantos cambios más que ha vivido Castillo, como despachar con los bellidos, los castillas, las boluartes, los bermejos y esa retahíla de ganapanes comunistas, senderistas, marxistas, odiadores de Norteamérica, etc., que le rodean 24 horas diarias. Y de pronto, embarcarse en algún avión durante ocho horas; luego instalarse en un hotel de súper lujo; inmediatamente enfrentarse a profesionales de la política internacional para “dialogar” (precisamente lo que no tiene idea de cómo hacer) y, finalmente, sentarse a negociar y pactar acuerdos a nombre del Perú.
¿Castillo acaso está preparado y facultado para esto?
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