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El pescador perdido

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Fecha Publicación: 03/12/2019 - 21:10
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Un pescador del distrito de Culebras, en Huarmey, Áncash, desapareció sin dejar rastro hace 19 años cuando pescaba en el mar de Talara, en Piura. Familiares y amigos creyeron que se había ahogado, aun cuando, algunos, ante la ausencia permanente del cuerpo, pensaron que de alguna manera había sobrevivido y llegado a alguna orilla. En ese lapso de casi dos décadas hubo muchas historias y otras tantas conjeturas que lo situaban en varios lugares, incluso en lo más profundo del mar.

Pero Arquímedes Ramírez López no desapareció en ese espejo resplandeciente. Diecinueve años después de su naufragio fue encontrado por sus incrédulos familiares en el distrito de Coishco, prácticamente irreconocible debido a su estado de indigencia

Algunos de sus amigos y parientes nunca perdieron la ilusión de encontrarlo, pese a que conocían de sobra la vastedad del mar y sus arcanos. Ramírez López, ahora de 56 años, sobrevivió como mendigo. De náufrago pasó a vagabundo. El y su leyenda. Del mar al pedregal en un periplo que sólo él conoce o de repente no. Y en el pedregal la mendicidad y la indigencia. Irreconocible por los estragos que en todo este tiempo han hecho en su rostro las brisas de la tierra, Arquímedes casi lo ha olvidado todo menos que una tarde del año 2000 se perdió en el mar de Talara y que otra del 2019, se encontró con sus familiares en una covacha en las cercanías de Coishco.

El hombre que ha experimentado un naufragio, se estremece incluso ante el mar en calma, escribió Ovidio. Tal vez eso le pasó a Ramirez mirando el horizonte desde el puerto de Coishco y perdiendo poco a poco la lucidez, la entereza, los deseos de vivir.

El gran filósofo español Ortega y Gasset escribió que “La vida no es el sujeto solo, sino su enfronte con lo demás, con el terrible y absoluto otro que es el mundo donde al vivir nos encontramos náufragos. No creo que haya imagen más adecuada de la vida que ésta del naufragio. Porque no se trata de que a nuestra vida le acontezca un día u otro naufragar, sino que ella misma es desde luego y siempre hallarse inmerso en un elemento negativo, que por sí mismo no nos lleva, sino al contrario, nos anula”.

Somos el pescador perdido. No podemos caminar sobre las aguas como el hijo de Dios. Tenemos que nadar, bracear, luchar contra el mar que nos llama. Y ello es ineluctable. Por eso Ortega concluye: “ Solo creo en los pensamientos de los náufragos.”

¿Es preferible naufragar o salvarse e ir a parar a los extramuros de la vida? ¿Encallar en el mar o salir y perderse en el desierto?

La respuesta fluye con toda la filosofía de Ortega y con el itinerario vital de Arquímedes Ramírez. Nadie lucha como un náufrago. Nada más imprevisible que el destino de un naufragio. Vivir son muchas, demasiadas cosas pero sobre todo una: luchar contra las inclemencias, el viento, el temporal, la tempestad, las altas y las bajas mareas de cualquier día, de cualquier noche.

Todos los días salimos a la mar a primera hora de la mañana. Podemos tener pronósticos del clima, de la configuración de las nubes, de los alisios del norte y las paracas del sur. Pero lo que no podemos saber es cómo devendrá la mar con el curso de las horas y si lograremos llenar nuestra pequeña cesta. Sin embargo -y como dice la hermosa cumbia de José Barros- “Subiendo la corriente /con chinchorro y atarraya/ con canoa de bareque, vamos llegando a la playa…”. Que así sea.