El pestañeo de Aurelio Miró Quesada
Era el año 1987, cuando una audaz jovencita, egresada de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la UPIGV, en sus primeros pininos como reportera en el diario más antiguo del Perú, recibió directivas de su jefe de Información, J. J. Ezquerre: “Anda con cuidado, siempre por la sombrita y trae tus propias noticias”. Cumpliendo fielmente lo encomendado, apresuró el paso y, al llegar a la Plaza de Armas, observó en lo alto de la catedral a un hombre trabajando unos cuerpos gigantes crucificados sin cruces, resultando ser el prestigioso restaurador de bellas artes Juan Montañez, quien daba los toques de belleza a tres imágenes de Cristo donadas por España en el siglo XV.
Una vez dentro del recinto religioso, logró ver de cerca el rostro de Jesucristo, quedando impresionada por la perfección hecha en madera, como verdaderos seres humanos. Los flashes se alocaron. Cuando se retiraba del lugar, fue alcanzada por un señor de más de cincuenta años de edad, quien refirió ser conserje de toda la vida en la Catedral de Lima. Señalando el camino, la condujo por un túnel estrecho debajo de la Iglesia Principal, mostrando galerías encofradas que contenían coronas de valor incalculable, con incrustaciones de piedras preciosas (rubíes, esmeraldas, zafiros, entre otras).
El caballero detalló que pertenecían a la Iglesia Católica de Lima, observando 20 espacios vacíos, siendo referido que habían sido sustraídos por los cardenales de turno. El cauto, con apuntes en mano, leyó un inventario con los nombres de los cardenales y los años en que esas coronas habían sido robadas. La periodista tomó nota de la denuncia que causaría revuelo nacional, apresuró su salida dirigiendo sus pasos hacia el diario.
Sentada en su escritorio, cada golpe de tecla la llenaba de satisfacción: ¡labor cumplida! El testimonio de un hombre humilde y honesto que mantuvo en secreto por años tal revelación la convenció de que merecía felicitaciones. Colocó su trabajo en la bandeja del despacho del Jefe de Información y, al cabo de dos horas, indicaron que el señor Aurelio Miró Quesada llamaba a su oficina. Quedó sorprendida. Se presentó ante él y la recibió: “Hola, Jenny, la nota de los Cristos es fenomenal y, por las tomas fotográficas, te has ganado la portada”.
Por otro lado, en referencia a la denuncia, dijo: “Si la publicamos, causaría un escándalo mundial y el diario no va a cargar en sus espaldas con eso; eso va directo al cajón dorado”. Inclinándose, sacó un folder amarillo y lo encarpó. Seguidamente agregó: “Esto en el periodismo se llama PESTAÑEAR y en el periodismo no se puede causar HECATOMBES”.
La reportera quedó triste y decepcionada al ver cómo la verdad fue ocultada y que este medio de comunicación, considerado en esas épocas “prestigioso”, mandaba al archivo tremenda denuncia. Esto nos lleva a preguntar: ¿cuántos “pestañeos” hizo este diario con el pretexto de la paz? Y, HOY, me pregunto, ¿siguen dándose los PESTAÑEOS?
HE DICHO.
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