El poder de las encuestas (ll)
En un artículo anterior comenté el gran poder, el inmenso poder de las encuestadoras para influir no solo en el ámbito local sino externo, ante gobiernos y organismos internacionales, sean ciertos, falsos o distorsionados los resultados que transmitan.
Esa influencia se acrecienta en estos tiempos que la revolución de las comunicaciones permite que un determinado sondeo llegue a millones de personas a través de la televisión abierta y por cable, de radios y redes sociales.
En ese sentido, recordé que durante el autogolpe del 5 de abril de 1992 me desempeñaba como director de la OEA en Venezuela, cuando recibí la llamada de mi hermana Bertha, diputada del Apra, informando que tanquetas del Ejército rodeaban el Parlamento y el local de mi partido, que había políticos detenidos y que escucharon disparos en la casa de Alan García, cuyo paradero se desconocía.
Una hora después localicé en su domicilio, en Washington, al embajador Baena Soarez, secretario general de la OEA, que recibió la noticia con estupor, pesadumbre e indignación. “Qué barbaridad, esto es un gran retroceso”, sostuvo, pidiendo que lo mantuviera informado.
Colgué y buscando la guía telefónica encontré el número de la central de Palacio de Miraflores, residencia del presidente Carlos Andrés Pérez.
Después de varios intentos contacté con el edecán de servicio, quien dijo que el mandatario estaba fuera de Caracas, pero que haría llegar la información.
?A las nueve de la noche? recibí su llamada. Tampoco conocía qué sucedía en el Perú y, ante mi sorpresa, me convocó a su despacho para el día siguiente a las once de la mañana.
Primera vez que concurría al palacio presidencial, una hermosa casona de estilo colonial que comenzó a funcionar como sede del Ejecutivo y residencia en 1900. Carlos Andrés Pérez me recibió con la cortesía que lo caracterizaba. Preguntó preocupado qué sabía de Alan García y de su familia. Luego informó que había instruido a su embajador en Lima, Abel Clavijo, para que se pusiera a disposición de la familia del presidente García, indicándole que recibieran a cualquier ciudadano que pidiera asilo político y que un avión se encontraba listo para viajar a Lima en cualquier momento.
Tres días más tarde el embajador Clavijo y diplomáticos venezolanos esperaron a Pilar en el aeropuerto y la escoltaron a su domicilio, hermoso e inolvidable gesto de solidaridad diplomática.
Luego el presidente Pérez pidió a su secretaria que lo comunicaran con los jefes de Estado de Bolivia, Argentina y Ecuador, para, juntos, adoptar una decisión firme en la OEA contra el régimen de Fujimori.
Me narró que los cuatro mandatarios habían hecho el pacto de honor de actuar firmemente, sin vacilaciones ni dobleces, ante cualquier golpe de Estado.
El presidente de Bolivia, Paz Zamora, gobernó de 1985 a 1989. En 1997 y el 2002 intentó la reelección pero salió en tercer lugar. Antes de salir electo, en 1980, fue víctima de un criminal atentado durante el régimen de facto del general García Meza.
Por su parte, el presidente de Ecuador, Rodrigo Borja, inició su carrera política a mediados de 1962, como diputado por Pichincha, función legislativa interrumpida un año después por el golpe militar que derrocó al presidente Carlos Julio Arosemena. Ejerció la Primera Magistratura de 1989 a 1993 e intentó reelegirse en 1997 y el 2002, sin conseguirlo. El 2005 se presentó como candidato a prefecto de Tarija y fue derrotado.
Carlos Saúl Menem, por su parte, gobernó argentina de 1989 a 1995 y de 1995 a 1999. Fue detenido en el golpe militar de 1956 y en 1976, pasando cinco años en la cárcel, al igual que muchos de sus compañeros del Partido Justicialista.
El presidente Pérez me permitió escuchar el diálogo con los tres mandatarios y con una alta funcionaria del Departamento de Estado, que por su amplitud y connotaciones, daré cuenta en la tercera parte de estos artículos, solo adelantando que los presidentes de Bolivia y Ecuador incumplieron sus compromisos de solidaridad democrática impactados por el resultado de las encuestas que daban una gran aprobación al autogolpe del 5 de abril de 1992.