El poder de las encuestas (lll)
El despacho del presidente Carlos Andrés Pérez era sobrio y elegante. De las blancas paredes colgaban tres cuadros: uno del libertador Bolívar, otro del Mariscal Sucre y el tercero del general José Antonio Páez, prócer de la independencia.
En un escritorio limpio, sin documentos, con dos teléfonos y un parlante, trabajaba el jefe de Estado que me convocó dos días después del autogolpe del 5 de abril de 1992.
-Varios mandatarios hemos asumido el compromiso político de trabajar unidos para enfrentar una dictadura, dijo, al tiempo que pidió que lo comunicaran con los presidentes de Ecuador y Bolivia, Rodrigo Borja y Paz Zamora respectivamente.
Por teléfono, Carlos Andrés Pérez recordó ese acuerdo a Borja, planteando que sus cancilleres se pronuncien contra Fujimori y soliciten una reunión de urgencia en la OEA.
La respuesta del mandatario ecuatoriano fue sorprendente, al decir que el 87 % de los peruanos apoyaban el autogolpe y la clausura del Congreso. Pérez replicó con firmeza: “¿O sea, Borja, que si ?mañana una encuesta dice que hay que matar a uno de nosotros, debemos hacerlo?”. Seguidamente, Borja sostuvo que había desarrollado excelentes relaciones con Fujimori (inclusive había invitado a su familia a visitar las islas Galápagos), que facilitaba alcanzar un acuerdo fronterizo definitivo. La conversación terminó a los pocos minutos. El rostro de decepción del gobernante venezolano era evidente y se acentuó cuando conversó con Paz Zamora, quien también sostuvo que las encuestas respaldaban el autogolpe, para agregar que, además, estaba muy agradecido con el gobernante peruano por haber concedido a su país una zona franca de 5 kilómetros de costa, en Ilo, departamento de Moquegua, para que construyan almacenes, hoteles y centros turísticos.
Carlos Andrés Pérez no ocultó su mortificación y sostuvo: “Nosotros seguimos adelante”. Así sucedió: Venezuela denunció el golpe en la OEA y rompió relaciones diplomáticas con el Perú. Lo acompañaron en esa cruzada democrática Chile y Argentina, gobernados por Aylwin y Menem respectivamente.
Dos reflexiones: las encuestas de opinión a veces representan un factor determinante para doblegar principios y valores, para disolver compromisos pactados, para saltar sobre la legalidad, en el ámbito interno y externo. Y, segundo, los intereses de Estado están por encima de amistades, pacto democráticos o de normas que sustentan el orden internacional.
Imagino que, por la misma razón, el Parlamento Latinoamericano, el Amazónico y el Indígena no dijeron una palabra de protesta ni aceptaron viajar al Perú para solidarizarse con el Congreso disuelto, a pesar de que la primera responsabilidad de esos organismos – burocráticos e inoperantes– era defender los fueros parlamentarios.
Viví esa experiencia en el lejano 1992 y observo que las mismas encuestas proyectan hoy un panorama oscuro de un Congreso debilitado y amenazado por el Ejecutivo con su disolución, si no aprueban los proyectos de reforma política remitidos por les han hecho llegar.