El poder es responsabilidad
La escena parece de película, pero ocurrió en Buenos Aires: Mauricio Macri, el expresidente argentino, era entonces un joven empresario. Fue secuestrado durante catorce días y confinado en un cajón de dos metros por dos. Aislado, encadenado, sin saber si lo matarían, comprendió de golpe, en la oscuridad, la fragilidad de la vida y, sobre todo, lo ilusorio del poder.
Las empresas, los contactos y la fortuna que había acumulado se redujeron a nada en cuestión de minutos. Años después, en Perumin 37, al narrar esa experiencia, Macri no solo hizo una confesión, sino que utilizó su historia como metáfora de lo que ocurre en Latinoamérica, donde el poder suele confundirse con omnipotencia y su abuso termina secuestrando la democracia.
¿Este relato tiene algún parecido con nuestra realidad? Sin duda. Hemos vivido la paradoja de gobiernos que administraron cifras macroeconómicas sólidas, pero que no fueron suficientes para cerrar las brechas de desigualdad en el país, mientras la política se hundía en el descrédito.
Por eso insisto, que un país capaz de crecer por más de dos décadas, pero incapaz de ofrecer a sus ciudadanos un mínimo de confianza en sus instituciones no es sostenible. En cada crisis presidencial, en cada destitución o renuncia, la economía resiste como un motor que se niega ha apagarse. Sin embargo, la resiliencia económica tiene límites: la confianza se erosiona, la inversión se frena y la fuga de talentos se acelera. Como advirtió Macri en Lima, la institucionalidad no es un lujo, es la base misma del desarrollo.
El populismo ofrece atajos: subsidios fáciles para los mercantilistas, gasto sin responsabilidad con el futuro, discursos políticos frívolos y falta de liderazgo. Pero cada atajo tiene su costo. “Lo conveniente no siempre es lo correcto”, dijo Macri recordando sus años en Boca Juniors, cuando prefirió ordenar el club antes que ceder al capricho de Maradona. En política ocurre lo mismo: gobernar por conveniencia, atendiendo intereses subalternos y no el bienestar de los ciudadanos, erosiona la institucionalidad. En el Perú jugamos con fuego cuando normalizamos la inestabilidad política y miramos para otro lado ante la corrupción y la inseguridad que afectan tanto a empresarios como a trabajadores.
Debemos asumir nuestra responsabilidad. Es inaceptable que sigamos normalizando la improvisación, que permitamos que presidentes no cumplan sus mandatos o estén más preocupados de un reloj que de gobernar el país. No se trata de pedir milagros; se trata de ejercer nuestro derecho de ciudadanos a exigir que nuestros gobernantes hagan lo correcto y rindan cuenta de sus acciones.
En esta tarea es muy importante el poder de la élites empresariales, que no pueden seguir manteniendo silencio, el que puede confundirse con complicidad.
Como ciudadanos, tenemos la posibilidad de cambiar esta situación con nuestro voto informado y consciente. Esta es la base para construir una democracia sólida. No basta quejarse, necesitamos actuar. Mientras el poder no lo ejerzan con responsabilidad los gobernantes, las élites y los ciudadanos, seguiremos secuestrados en nuestra propia caja estrecha, oscura y sin futuro.
Por Rosa Bueno de Lercari
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