El poder y la palabra
Lo recuerdo en mi casa, recordando sus versos. El poeta de Contranatura y del horóscopo secreto, del gambito de Rey y de la apertura Ruy López: Rodolfo Hinostroza. El poeta y “sus infinitos grupos de clochards/ Sous le Petit Pont” que le reclaman al César una tregua, un armisticio, una capitulación digna.
Había escrito: “Oh César, oh demiurgo, / tú que vives inmerso en el Poder, deja/ que yo viva inmerso en la palabra…/ No pasaré a la Historia, a tu Historia, oh César. / 80 batallones/ quemarán mis poemas, alegando que eran inútiles y brutos. /No hay arreglo con la Historia Oficial…”.
No hay arreglo. Pese al antecedente casi mítico del gran Miguel Ángel, humillado, con la soga al cuello pidiéndole perdón al papa Julio II, en voz alta y de rodillas…para que le encargara una estatua suya de bronce, que precedería al trabajo de la bóveda de la Capilla Sixtina que a diferencia de esa estatua será inmortal.
Un poeta y monje trapense recordaba en su diálogo con Dios esa oda al amor que había escrito junto a la laguna de Tiscapa: “Ni con joyas/ de la joyería Morlock/ ni con perfumes/ de Dreyfus/ ni con orquídeas/ dentro de su/ caja de música/ ni con Cadillac/ sino solamente/ con mis poemas/ la conquisté/ Y ella me prefiere, / aunque soy pobre, / a todos los millones de Somoza.” Y también ese poeta y monje y revolucionario de la trapa recordaba ese hermoso arrebato contra la historia oficial: “Yo no canto la defensa de Stalingrado/ ni la campaña de Egipto/ ni el desembarco de Sicilia/ ni la cruzada del Rhin del general Eisenhower:/ Yo sólo canto la conquista de una muchacha”.
El Demiurgo (¿Cuál? ¿Cuáles?) no triunfa sobre el amor, aunque todo lo demás lo controle …Por eso Hinostroza escribe: “Aunque yo caiga tumbado sobre un sueño de paz/ roto por las matracas de la guerra, nada se habrá/ perdido si es que no te he perdido. / Aunque yo caiga sobre los amargos tablones del recuerdo, / y recoja el final de la experiencia, / y encuentre que sólo es un ave mojada, / y el término y sentido de este viaje se extravíen/ como arras oxidadas de algo que no ocurrió, / nada se habrá perdido si he logrado hacerme amar por ti”.
Rodolfo Hinostroza jugaba ajedrez. Y allí está –me aventuro a decir– la respuesta al acertijo vital de sus poemas. En uno de ellos, Gambito de Rey, escribe: “Y continué P4AR/ ‘Jugada peligrosa’, dijo el Maestro, ‘de la escuela romántica. Andersen sale así en La Inmortal. Cuide Ud. 4T y tal vez haga tablas”. No las hizo y perdió: “Entonces a la partida siguiente/ jugué en 3) A5C./ ‘¿Ruy López?’ observó el Maestro/ ‘Usted aprende”.
Jorge.alania@gmail.com
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