El Presidente que no quería gobernar
Las sociedades civilizadas establecen reglas de convivencia claras, evitando conflictos que impongan por la fuerza bruta el interés personal. El objetivo es imponer el interés público, consolidando una institucionalidad que no permita el abuso de unos sobre otros. De allí la importancia de élites y autoridades, quienes toman decisiones que garanticen esa convivencia. El reto es distinguir entre mundo ideal y realidad, pues no por imaginarlo se materializa automáticamente.
El discurso presidencial puso en evidencia esta confusión entre “deseo” y “realidad”. La consulta popular no puede convertirse en el decisor de un Estado de Derecho. No porque no pueda ocurrir, sino porque es inviable renunciar a la responsabilidad del cargo que asumen las autoridades cuando juramentan gobernar bajo el amparo de una Constitución. Si se quiere cerrar el Congreso se asumen las consecuencias.
Lo que ocurrió ayer, sin embargo, no tiene una explicación razonable. No resiste siquiera el más mínimo análisis crítico. No podemos vender simulacros y camuflar “impotencia presidencial” con “desprendimiento”. No podemos confundir “incapacidad de gestión” con “crisis total de gobierno”. Eso es un despropósito.
La situación se agrava más con el anuncio, paralizará el país por lo menos un año más. A partir del miércoles no habrá funcionario público que firme algo sin estar seguro de qué vendrá, ni empresario que decida invertir sin saber qué pasará, ni organización política que piense el país sin conocer cuáles serán las nuevas reglas de juego… Esas que nadie está pensando, que ni siquiera el anuncio presidencial tiene claras, porque aún no conocemos el documento que dijo tener listo el día de ayer.
Es difícil creer que alguien que ya probó el poder quiera dejarlo por nada. Eso no existe en política. Podemos entender a quienes dicen que no les interesa cuando jamás lo han ejercido. Pero no de quien lo probó. ¡Algo no encaja en la propuesta presidencial!
Si uno jura gobernar es para hacerlo hasta el final. Esa es su responsabilidad. Nada más alejado del ejercicio del poder que renunciar a él públicamente, anunciando un suicidio político y el asesinato de una generación política fracasada al mismo tiempo… Promover un vacío de poder va contra su propia naturaleza, en especial si no sabemos qué vendrá. Y eso no podemos permitirlo quienes creemos en el ejercicio de la política. Una cosa es transformar el sistema y otra muy distinta renunciar al cambio por nada. A esa encrucijada nos lleva hoy el presidente Vizcarra. ¿Qué será lo que vendrá?