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El protagonismo de José en la Navidad

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Fecha Publicación: 20/12/2024 - 22:00
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“Las ventas poco alentadoras. En casa, los niños esperan la magia navideña. La austeridad será la invitada estrella un año más. ¿Qué le diré a mi familia?”
No caminaba, deambulaba, sumido en sus pensamientos por las bulliciosas avenidas de la gran ciudad. Casi sin advertirlo, ingresó a una iglesia, mantenía la fe aprendida en la escuela. A la izquierda de la nave principal, un joven rodeado de niños llamó su atención. Se aproximó discretamente y consiguió ubicarse a una distancia que armonizaba la escucha con la no interferencia.
“El embarazo de María avanzaba sin tropiezos. La proximidad del gran día la tenía ilusionada y ocupada en la preparación material para el recibimiento de su hijo. José, que tampoco disimulaba su emoción y alegría, con el arte de sus manos, la madera mudaría en una acogedora cuna y un mueble —pensado para mamás— para guardar ropa y los utensilios para el aseo del bebé. De seguro, adelantaría con una silla mecedora para que María lo atendiera con comodidad.
Ellos —como todo matrimonio que espera un hijo— después de la cena, bajo el calor y la luz centelleante de una vela, ponían en común sus deseos, proyectos y sueños con respecto a su hijo y a ellos mismos. Con el consumo de la vela y con la esperanza de un futuro familiarmente sólido, terminaba su día”.
“La repetición de los días tiene su encanto. Ellos no presagiaban ningún contratiempo, más bien esperaban con entusiasmo sereno el gran acontecimiento. Pero un edicto del emperador trastocó sus planes. José, que era de la Casa de David, para cumplir con el mandato del censo tuvo que viajar sin que mediara tiempo de preparación alguno, desde Nazaret (Galilea) hasta Belén (Judea). La distancia entre ambas ciudades es de casi 150 kilómetros, que solía recorrerse en no menos de cuatro días. Acopiaron lo necesario. Eligieron como medio de transporte a un burro. De inmediato, José se hizo cargo de la situación. De noche tenía que proteger a María y al Niño del gélido frío alimentando y avivando la fogata; de los salteadores, quienes incordiaban el viaje de los caminantes. Durante el día, cuidaba que el asno se desplazara por senderos planos para que no hicieran más duro el viaje a María.
Los dolores de parto por momentos evidenciaban la impotencia de José. ¡No encontraba modo material y práctico para hacer más llevaderos sus dolores e incomodidades! Le cuidaba el descanso, preparaba los alimentos y le buscaba cobijo bajo la sombra de un árbol. María lo miraba con ternura y agradecimiento; y José le sonreía complacido”.
“Arribaron a Belén. Una puerta tras otra se cerraba ante la solicitud de José: no había lugar en las posadas. Su corazón se estrujaba de pena. Gruesas lágrimas mojaban su tupida barba. El gran motivo para que con brío y fuerza acomodara el establo fue su amor a los suyos. El llanto de Jesús fue su corona. La maternidad de María, su dicha”.
El descubrimiento de la paternidad de José le devolvió el sentido de la Navidad.

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