“El que haga la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre”.
Queridos hermanos, estamos en el domingo décimo del tiempo ordinario. La primera palabra que nos ofrece la Iglesia es del libro del Génesis. Cuando Adán comió del árbol, el Señor Dios lo llamó y le dijo: “¿Dónde estás?”. Hemos comido del árbol, hemos maltratado la ley natural que hemos recibido. ¿Dónde te encuentras? ¿Dónde se encuentra tu vida delante de Dios, de los hermanos, de los hombres? Adán respondió: “Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo y me escondí porque estaba desnudo”. Esto es lo que hace Adán hoy. Hay mucho ruido, mucho ruido, y sin embargo, somos cómodos, instalados, nos estamos destruyendo.
Hermanos, ¿a quién echa la culpa Adán del pecado? A Eva, a su mujer: “La mujer que me diste por compañera me dio del fruto y comí”. Y la mujer, ¿a quién le echó la culpa? A la serpiente. Es decir, ¿quién tiene la culpa de este ruido, de este pecado que es la destrucción de nuestra ley natural? El demonio, hermanos, el demonio. Él es quien origina las guerras familiares, las guerras entre naciones como las que estamos viviendo, y quien nos está destruyendo. Por eso experimentamos la maldición. “Por haber hecho esto”, dice el Señor, “maldita tú entre todo el ganado”, le dijo a la serpiente, “y todas las fieras del campo. Pondré hostilidad entre ti y la mujer. Pero él, Dios, te aplastará la cabeza cuando tú lo hieras”. Importante, porque ¿quién ha vencido a la serpiente del pecado, del demonio? Solamente Jesucristo.
Por eso, hermanos, respondemos con el Salmo 129: “Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa. Señor, escucha mi voz. Estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica”. Qué importante es tener los oídos abiertos a la historia, es decir, a la historia que Dios hace contigo y conmigo. “¿Quién podrá resistir si de ti procede el perdón?” Es decir, la misericordia. “Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra”. Esto es lo más importante, hermanos: la palabra de Dios, que tiene el poder de crear en nosotros una naturaleza nueva.
Por eso, dice San Pablo a los Corintios en la segunda lectura: “Creí, por eso hablé. Por eso también nosotros creemos y hablamos, sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús también nos resucitará a nosotros con Jesús. Cuanto más se reciba la gracia, mayor será el agradecimiento para la gloria de Dios”. Aunque los hombres se van desmoronando, es decir, estamos de paso hacia el cielo. ¿Tienes garantías, certezas de que existe el cielo? Sí, hermanos, esa es la fe. Entra en tu historia, entra en tu habitación, entra dentro de ti mismo, pide perdón y dile: “Señor, si tú existes, manifiéstate en mi vida”. Verás que Dios tiene el poder de destruir nuestro hombre viejo, nuestra morada terrena, y crear en nosotros un edificio nuevo. Este edificio nuevo es para vivirlo en esta tierra, camino de la verdadera patria celestial.
El Evangelio que nos ofrece la Iglesia dice que los discípulos estaban agotados porque venía mucha gente a preguntar a Jesús, no le dejaban ni comer. Al enterarse su familia, según el Evangelio de San Marcos, vinieron a llevárselo porque pensaban que estaba fuera de sí. Jesús y los escribas decían: “Tiene un demonio, tiene adentro a Belcebú, por eso expulsa a los demonios”. ¿Cómo va a echar Satanás a Satanás? Jesús dijo: “En verdad, en verdad os digo, es decir, amén, amén, certeza: todo se os perdonará, todos los pecados de los hombres, menos el que blasfeme contra el Espíritu Santo”. ¿Y cuál es la blasfemia contra el Espíritu Santo? Confundir el bien con el mal. Hoy, hermanos, estamos confundiendo el bien con el mal, y ese es el pecado contra el Espíritu Santo.
Por eso, hermanos, convirtámonos a Jesucristo. ¿Y qué es convertirse? Apartarse del mal. ¿Y cómo se consigue esto? Acudiendo a la Iglesia, yendo al sacramento de la reconciliación. Verás que el Señor nos ayuda. La gente le dijo a Jesús: “Ahí están tu madre y tus hermanos, te buscan”. Jesús respondió: “¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? Estos que escuchan la palabra de Dios, la comunidad cristiana. El que haga la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre”. Jesús fue a la casa de Pedro y creó una sinagoga en Cafarnaúm, donde vivía como itinerante, sin tiempo ni para comer. ¿Y qué denuncia Jesús? La hipocresía, la envidia.
Pues bien, hermanos, alejémonos de la envidia, acudiendo a la Iglesia. Que la bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, esté con todos vosotros.
Mons. José Luis del Palacio
Obispo E. del Callao
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