El quinto poder: la cultura asociativa
Revuelo en el poder judicial: el poder ejecutivo sin arraigo ni norte definido; el poder legislativo dando tumbos en sus funciones de control y ordenamiento legal; y, el poder mediático –cuarto poder– tomando partido a la par que oscurece aquello que no sintoniza con su línea editorial. En esta suerte de Olimpo, las reyertas, encuentros, desencuentros, alianzas e intrigas de esos poderes se expresan en chubascos, truenos, relámpagos, ante la mirada entre incrédula, de sorpresa y de incertidumbre ante lo que puede desencadenarse, de los ciudadanos de a pie protagonistas del mundo de la vida (Husserl).
En un régimen democrático existe separación e independencia de poderes, precisamente para que uno no tenga preeminencia sobre los otros y, no por una exigencia estética, sino porque así, cumpliendo con sus funciones y fines pueden servir a la enteriza sociedad. Mas cuando esto no ocurre porque las lizas funcionales o porque los intereses subalternos obnubilan su norte, los ciudadanos se sienten y saben desprotegidos.
Entre el Olimpo de los poderes y la sociedad, ¿qué media? Ciudadanos y familias desarticuladas, sin protección y a expensas de lo que resuelvan las deidades gubernamentales. Junto con las ONG (salvo excepciones), los grupos de poder han tenido la picardía de encenderles el incienso a cambio o ¡intercambio! de prebendas, beneficios en la expansión en los activos. Ciertamente, a ellos no me refiero cuando pienso en el desamparo de los ciudadanos. No solamente en el Perú, ocurre lo mismo en muchos países occidentales: las ideologías han contaminado a los estados a través de respectivos gobiernos. Éstos no atienden las necesidades reales de los ciudadanos, al contrario, se sirven de ellos para desplegar los contenidos de su visión y perspectiva anclada en su voluntarismo.
Los gobiernos son votados, entre candidatos, plurales en sus planes y en doctrinas; no obstante, esa legitimidad no autoriza a gobernar para un sector, soslayando a quienes no lo eligieron, pero que viven y sufren en la misma nación. Por donde se mire, la cultura asociativa se configura como una especie de quinto poder de cara al presente y al futuro de la sociedad. Entre el Estado y la familia deben emerger no una, muchas instancias intermedias, en variadas proporciones y finalidades: económicas, deportivas, culturales, laborales, educativas, lúdicas, etc., en primer lugar, para satisfacer sus necesidades e intereses con autonomía; es decir, sin la intervención directa de instancias superiores, pero en colaboración con sus conciudadanos. En segundo lugar, para limitar y defenderse de los excesos e intromisiones del poder gubernamental en la vida de los agentes económicos y de los ciudadanos. Pero sobre todo para –mediante subterfugios legales– animarlo y exhortarle a mantenerse fiel en el cumplimiento de sus funciones y leal con sus ofrecimientos. La cultura asociativa puede fungir como una especie de pozo a tierra, esto es, defender el derecho a ser gobernado con justicia, prudencia y respeto a nuestra realidad. Asociados, la fuerza se multiplica y se da noticia a los gobiernos nacional, regional y local de que lo suyo no es pasearse orondos por el Olimpo.
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