El refugiado
La historia cuenta que José y María viajaron para empadronarse como judíos en virtud de un edicto del emperador romano César Augusto, y que para ello siguieron una ruta común en esos tiempos, hacia el sur por las llanuras del río Jordán, y luego al oeste por las colinas que rodeaban Jerusalén y después hacia Belén, el lugar prefijado por el edicto.
La leyenda dice que un ángel les había hablado antes del viaje pidiéndoles que huyeran hacia Egipto con su pequeño hijo, porque el rey Herodes, que gobernaba Judea desde Samaria, al norte, hasta Edom, al sur, lo buscaba para matarlo. José y María optaron, entonces, por quedarse en Belén en un establo en el que nació Jesús tras de lo cual continuaron la travesía hacia Egipto, en donde se refugiaron al menos dos años.
Dos mil veintitrés años después, hay en el mundo 110 millones de refugiados, expulsados de sus tierras por las guerras o los tiranos. Según datos oficiales, Siria es el primer país de origen de las personas refugiadas en el mundo con 6,5 millones de sirios que se han visto obligados a huir. Le siguen Ucrania y Afganistán con 5.7 millones, Venezuela (5.4 millones), Sudán del Sur (2.3 millones), Myanmar (1.2 millones), República Democrática del Congo (931,900), Sudán (836,800), Somalia (790,500) y República Centroafricana (748.300).
Ellos representan el 87% de todas las personas forzadas a buscar refugio más allá de las fronteras de sus países. Desde principios de este año, la agencia de la ONU para los refugiados ha respondido a 44 nuevas situaciones de emergencia en una treintena de países. La última emergencia provocó la llegada de 100,000 refugiados a Armenia desde Karabaj hace apenas unos días, en tanto que el increíble desplazamiento de palestinos en Gaza hacia ninguna parte, configura otro terrible drama que nos interroga en estos días.
Las barcazas que cruzan abarrotadas y clandestinamente los mares del África y los ríos humanos que escapan de la metralla, la discriminación y el sufrimiento, son la versión moderna del niño de Belén que huye con sus padres para salvarse. En ese itinerario, el desplazado por Herodes no tiene patria ni Dios y es siempre un forastero, un transeúnte, un pobre entre los pobres. Puede alzar sus brazos hacia las estrellas a fin de conseguir señal para su teléfono móvil y hablar con su familia desde la playa de Djibuti, o morir quemado en una sala de migrantes tratando de ingresar a Marruecos, o rezar y repetir mirando al sordo cielo los últimos versos del poema Cristo en la Cruz, de Jorge Luis Borges, de quien no ha oído hablar jamás: “De qué puede servirme que Aquel Hombre haya sufrido si yo sufro ahora…”.
Jorge.alania@gmail.com
Mira más contenidos siguiéndonos en Facebook, Twitter, Instagram, TikTok y únete a nuestro grupo de Telegram para recibir las noticias del momento.