El regreso de Confiep
El diagnóstico previsto para el año que iniciamos es el de un escenario sumamente incierto, donde la inversión privada simplemente seguirá bajo la receta de la inercia. Es decir, absteniéndose prudentemente; sin arriesgar en una nación desprovista de elementales visos de confianza, frente al monumental riesgo que implicaría invertir en un país sin un gobernante bien definido política, económica y socialmente, debido a Dina Boluarte está envuelta en un manto de dudas motivadoras de la inestabilidad más absoluta, consecuencia de su terca política contrafáctica, aparte de imprecisa. A lo largo de doce meses de anodina gestión de la gestión Boluarte, hemos corroborado su más absoluta falta de sindéresis ideológica, de orientación sociopolítica y decisión de cambiar su retórica insignificante, a la par que su evidente falta de voluntad para marcar distancia con el credo totalitario de su correligionario, hasta el 7 de diciembre de 2022, Pedro Castillo; y deslindar con quien fuera el jefe de su partido político –y desde hace tres meses, prófugo de la Justicia– (para todos los efectos gracias el régimen Boluarte) el comunista Vladimir Cerron. Para mayores señas, este mismo año arrancará el proceso electoral de 2026. Y todo indica que estará bajo la batuta del mismo esperpento marxista Jorge Luis Salas Arenas, quien sigue siendo la cabeza en el Jurado Nacional de Elecciones. Estos son suficientes cuestionamientos para ponerle los pelos de punta a cualquier voluntarioso, por más decidido que hubiere estado por invertir en nuestro país en estos momentos tan dramáticos. “Al gato no lo capan dos veces”, reza un refrán que encaja con esta coyuntura.
Evidentemente la bandera a cuadros para dar la partida a la decisión de los grandes inversionistas –locales, como extranjeros– la tiene la Confiep, cuyo presidente es Alfonso Bustamante Canny, hijo de Alfonso Bustamante Bustamante, uno de esos pocos titanes que contribuyeron a salvar el Perú del caos en que lo dejó la quiebra sociopolítica y económica de fines de los ochenta. Afortunadamente, Bustamante Canny tiene los genes de su padre y la voluntad de emprender una cruzada para sacar al Perú del caos en que, nuevamente, se encuentra. Hombre perteneciente a una generación de peruanos que han dado muestra de empeño, decisión, intrepidez y gran capacidad de mando, suficiente para reconvertir a la Confiep en cabeza del moderno empresario peruano, como lo fue hasta el año 2015.
Este país necesita volver a escuchar la voz clara, definida, oportuna de esa Confiep que diera batalla en los años más duros que ha tenido la patria. En ese sentido, esta organización ahora ha vuelto a representar al gran, como al mediano y pequeño empresariado. Quizá por pudor, desde 2016 entró en un período de desorientación; probablemente intentando abarcar al microempresario. Realidad muy compleja en este intrincado y aún inmaduro país, porque responde a una tarea más bien “social” que empresarial. La permanente presencia pública de Confiep –y la gestión de quien la preside– serán fundamentales para definir el destino inmediato de esta nación.
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