El respeto al propósito de las instituciones
Después de haber estado en casa de sus padres de vacaciones y festejando su graduación, un piloto de guerra es llamado a presentarse a su base para recibir una misión. Al momento de despedirse, su madre le aconseja: “Hijo mío, ten mucho cuidado, vuela bajito”. No es sorna, es un cuento que introduce una paradoja. El riesgo de un accidente es mayor cuanto más cerca de la tierra vuele un avión. La madre, sin duda ni murmuraciones, quería el bien de su hijo, pero yerra al definir el propósito de los aviones de guerra.
Extrapolemos. Imaginemos a un padre de familia que se apersona a la escuela militar en la que está matriculado su hijo, movido por los comentarios que escucha acerca de los procedimientos y usos con los que forman a los cadetes. En la entrevista con el responsable de la escuela puntualiza: “Se sabe que el toque de diana es de madrugada; que tienden sus literas; asean sus dormitorios y los cuartos de baño; y, más aún, corren 10 kilómetros diarios. ¿No cree que esa rutina los expone al frío, les afecta la salud y su equilibrio emocional?”. “Nuestro compromiso es formar aviadores profesionales. Los cadetes están aquí por decisión propia”, respondió el oficial. El padre reaccionó: “Será mejor que lo piense, haga los cambios necesarios. No creo que quiera que esto llegue a mayores”.
Estos ejemplos permiten asomarnos al complejo fenómeno actual que atropella la autoridad, la justicia y debilita la solidez de las instituciones. Estas emergen para cumplir con un propósito de partida, para ofertar bienes o servicios ajustados a unas características, criterios y especificaciones puestas al conocimiento de sus potenciales concurrentes. Por tanto, las interacciones se establecen sin opacidades: las instituciones y los concurrentes tienen la certeza de lo que dan y lo que reciben. Precisamente porque se oferta en consonancia con lo que se puede y debe dar a quien solicita satisfacer una necesidad, se le da lo que es debido. Del igual modo, cuando uno se dirige – entre muchas alternativas– a la institución calificada para solventar esa necesidad, le permite que sea justa, es decir, que le dé lo debido. Si una institución disminuye, engaña o maltrata, no cumple con su fin y, por tanto, se hace injusta al no darle al otro lo que le es debido. Como si un beneficiario exigiera modificaciones a su antojo, incluso impidiendo que la organización cumpla con su propósito, la obliga a ser injusta. Más todavía, si aquella se negara, aduciendo que lo que solicita contraviene sus principios, el concurrente, en represalia, decidiera querellarla y su “causa” saliera victoriosa, obligándola a rectificar, no solamente se le atenaza para que no actúe en función de sus principios ni dé al otro lo que le es debido, sino que, además, pierde autoridad y capacidad de autogobierno.
Con la complicidad del Estado, esto viene ocurriendo en las escuelas, empresas, universidades, etc. El respeto al propósito de las instituciones es permitirles que cumplan con su función social: dar al otro lo que le es debido.
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