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El ruido del tiempo

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Fecha Publicación: 26/08/2020 - 21:00
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A mí las novelas sobre personajes históricos, o que han merecido la posteridad, me saben a poco o me resultan insustanciales. Esto se debe, quizá, a que la historia ya hablado de ellos, de manera que, insertados en una novela, existe la posibilidad enorme de no resultar tan apasionantes como lo fueron en vida (o como uno imagina que fueron). Todo inicia con el bloqueo. Cuando un autor está bloqueado, solo tiene dos opciones: escribir sobre su bloqueo o escribir un libro gordo sobre la vida de algún muerto que posee una entrada larga en Wikipedia. La segunda opción podría parecer pan comido porque el asunto o personaje a narrar ya viene espoileado (a ver si alguien inserta este neologismo), y lo demás, lo que el autor debe hacer a continuación, se llama redacción y no literatura.

Julian Barnes ha hecho (gran) literatura en una de sus últimas novelas: El ruido del tiempo (Anagrama, 2016).
Lejos de atiborrar el relato con fechas y nombres y sucesos reales, Barnes toma la figura de Dmitri Shostakóvich, la deforma delicadamente y nos muestra el anecdotario de sus desdichadas relaciones con el Poder en la Rusia de Stalin (el poder en mayúsculas, el poder que podía matarte de muchas maneras y, además, te dejaba vivo para que contemples tu propia desdicha). Esta novela tiene una trama muy delicada, fina. Aquí importan más los sentimientos de Shosta que la inútil revisión de su biografía.

Narrada en tercera persona, Barnes logra que los ecos del sufrimiento de Shostakóvich resuenen en el interior del lector. La Historia (también con mayúsculas porque es el relato oficial) ha sido cruel con el compositor y la novela va de contar qué sentía Shostakóvich y cuáles eran sus dilemas. No se trata de solo repasar sus humillaciones.

Destaca la contención en el lenguaje, que funciona también para contener la historia. Si uno siente lástima por el compositor es por la descripción escueta y breve (muy a lo Barnes) de la maquinaria soviética.

Novela compuesta de retazos, de gestos, de pocas acciones y diálogos puntuales (a esto algunos lo llaman eficacia o lo llaman Carver), y sin eternos cuadros lacrimosos o efectistas (a esto algunos lo llaman sensiblería). Hay ternura en cómo se cuenta la desgracia. Hay literatura, en suma, como en aquella escena final donde el lector entiende qué es «el ruido del tiempo» y el duro golpe que implica haberlo comprendido.