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El sainete de Maduro

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Fecha Publicación: 14/08/2024 - 23:00
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Nicolás Maduro Moro repite como loro: “No entregaré el poder a la oligarquía fascista”, refiriéndose al auténtico ganador de los comicios del pasado 28 de julio, Edmundo González Urrutia, un diplomático, internacionalista, profesor y escritor que postuló por la Mesa de la Unidad Democrática, luego de que María Corina Machado fuera vetada por el impresentable Maduro. Lo que, traducido al español, quiere decir que en ningún momento estuvo en el horizonte de Maduro dejar el poder. ¡O ganaba él, o ganaba él! ¡Punto! La explicación que dio Maduro sobre la citada frase lo dice todo: “No le vamos a entregar las riquezas de esta patria al imperialismo; no le vamos a entregar a esta oligarquía fascista el poder político en este país”. Y como siempre sucede con las tiranías izquierdistas, todo acabó siendo un farol para seguir ilusionando a esas siempre tontas tribunas democráticas del mundo, que alucinaron con que “esta vez ha cambiado”, refiriéndose al impresentable dictador sudamericano.

El montaje, el procedimiento, el evento y el desenlace responden al mismo rito tramposo instaurado por el chavismo de siempre. La única diferencia es que el chavismo no imaginó lo magníficamente bien que, esta vez, se había organizado María Corina Machado, auténtica artífice del triunfo de González Urrutia. Entonces, como Maduro nunca estuvo ni jamás estará dispuesto a ceder el poder a un tercero –a menos que sea un fantoche oficialista (como lo fue Maduro de Chávez)–, apeló al fraude de siempre. Por cierto, la misma historia de las izquierdas sudamericanas, como la venezolana y la peruana, entre otras.

Semanas antes de las elecciones, Maduro había asumido un rol más relajado. Además, las ciudades se exhibían mucho más distendidas de lo que solían ser. ¡Por algo sería! Sin duda, estaba claro que Machado y González ganarían de lejos esos comicios; consecuentemente, Maduro ya había decidido aplicar el plan B, que no era otro que el fraude. ¡Por tanto no le temía a las elecciones! Porque, desde la misma noche del 28 de julio, las autoridades electorales venezolanas mostraban resultados –como trascendidos– que diferían groseramente de las cifras contabilizadas por los dirigentes de la Mesa de la Unidad Democrática, encabezados por María Corina Machado, dándole el triunfo ampliamente a González Urrutia.

Lo que vino luego fue el mismo desenlace de cada elección llevada a cabo en la Venezuela chavista: la indignación popular, traducida en masivas manifestaciones de protesta; y, en simultáneo, la policía disparando y llevando presa a toda persona que reclamaba porque, otra vez, el oficialismo le había robado su voto al pueblo venezolano. El contexto y las escenas exhibidas –como leitmotiv– al finalizar cada proceso electoral en la Venezuela chavista son siempre lo mismo. Como lo es la trillada frase de Maduro: “No entregaré el poder a la oligarquía fascista”. De manera que a nadie debe llamarle la atención este reiterativo final de fiesta electoral sentenciado por Maduro, un tipejo de la peor estofa, diestramente entrenado en las intrigas comunistas por sus padrastros cubanos, quien mantuvo expectante –y engañado– al ingenuo mundo democrático internacional.

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