El tristemente politizado arzobispo castillo
Desde su período izquierdista, impulsado por Juan XII, El Vaticano singlaba su proa a babor, abarloado al comunismo soviético que, desde la revuelta bolchevique en 1917, nunca alucinó límite de tiempo para su final. El Vaticano continuó ligado al socialismo hasta 1978, cuando Karol Wojtyla -el gran papa Juan Pablo II- ascendiera al trono de San Pedro. Wojtyla fue, a su vez, un notable geopolítico contemporáneo que, junto a Ronald Reagan y Margaret Thatcher, colaboró en remodelar este planeta adecuándolo al espectacular avance que desarrolló desde entonces. De otro lado, el desplome de la ex URSS, paradigma del comunismo leninista, quedaría retratado en la caída del Muro de Berlín el 9 de noviembre 1989. Un mes después colapsaría la Unión Soviética.
Por ello el comunismo mundial acabó muy lesionado. Sin embargo, tal como sucede con animales como la ascidia –bicho que habita en el Mar Rojo, capaz de regenerar todos sus órganos; incluso si se le trozase en pedazos- los comunistas volvieron a la danza impelidos por la ponzoña que cargan en sus entrañas. El Vaticano había sobrevivido a su corsi e ricorsi, vocablo que proviene de la “teoría del acontecer histórico del filósofo Giambattista Vico”. Este precisa que la historia no avanza movida linealmente por el progreso, sino en forma de ciclos que se repiten recurrentemente. Entonces, todo cambió el 16 de octubre de 1978 al asumir Wojtyla el papado como Juan Pablo ll. Desde ahí, sistemática, lúcidamente Wojtyla acerca a la Iglesia a su origen cristiano; no comunista. Tiempo después de su asenso al trono de Roma, el mundo occidental fue testigo del final de la URSS. Lo conduciría Mijail Gorbachov, creador del Glasnot y la Perestroika, propuestas implementadas por él para sofocar la crisis scioeconómica terminal de la URSS. No obstante la coyuntura ya era insostenible. Finalmente, el 8 de diciembre 1991 las repúblicas que conformaban la ex URSS susrcriben el tratado de Belavezha, declarando oficialmente disuelta la Unión Soviética. Como consecuencia el comunismo queda herido, y El Vaticano acaba definitivamente con el secuestro fáctico en que Moscú había mantenido a la Iglesia Católica.
Apostilla. Ese corsi e ricorsi romano se repite con Jorge Bergoglio, el papa Francisco I. Esta vez, de la diestra a la siniestra. Sus efluvios los percibimos en la Iglesia peruana. Claramente parcializado con el comunismo, el arzobispo Carlos Castillo ha calificado de “amoral” que el JNE “retrase la proclamación como presidente de Pedro Castillo (…) “Castillo ya ganó (…) existen sectores que no quieren que Castillo gobierne (…) quieren que la gente mantenga el mito o la idea o el diablo de un comunismo que no existe, por lo menos, no de la forma que se agita (…) Hay un grupo que quiere manipular la realidad porque desprecia lo que puede ocurrir y ha creado toda una situación de miedos”.
Si es usted católico y fiel, arzobispo Castillo, ponga su mano en el pecho e imagínese cómo habría reaccionado si el Cardenal Cipriani lanzase semejante arenga politiquera, como la suya, ante la prensa extranjera.