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El único inmortal

Fecha Publicación: 10/02/2020 - 21:50
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Esa es la muerte personal, de la que habla por primera vez en su mensaje desde la prisión de San Lorenzo, en vísperas de salir desterrado en mil novecientos veintitrés: “sólo la muerte será más fuerte que mi decisión de ser incansable en la cruzada libertadora”.

Esta es la muerte que Haya nunca consideró fin sino episodio. Esa es la muerte de la que hablaba con familiaridad, como cuando relataba haber sabido en sueños desde su calabozo penitenciario los nombres de los compañeros fusilados en Trujillo. La muerte, la vida eterna, la magia, lo cósmico es lo que viene. Al hablarnos en “Ex combatientes y Desocupados” de la tumba pétrea de Karl Max y el cadáver embalsamado de Lenin, nos dice “que la política moderna muestra que la fuerza de lo mágico debe renovarse” y que allí “esta la ciencia de la moderna momificación para vencer a la muerte, detener la disolución y presentarnos al gran hombre eternamente fresco, permanentemente visible, siempre presente”. Y es aún más preciso en su discurso de Trujillo:

Porque, compañeros, ese es la gran lección que yo les debo a los muertos, a los mártires. Porque ellos me dicen desde sus tumbas: “Nosotros somos tus maestros. Anda más allá. Lleva tu partido hasta donde nosotros quisimos conducirlo. Haz de tu partido una religión. Haz de tu partido una huella eterna a través de la historia.

Por ese sentido místico Haya seguirá siendo siempre el Jefe, el Líder Máximo. Como el Cid seguirá ganando batallas después de muerto. Su condecoración es sobre todo un sarcasmo por haberse otorgado en la hora undécima. No. No, señores militares. No, señores burócratas. Con el pensamiento de Haya de la Torre no va a suceder lo que denunciaba Lenin en “El Estado y la Revolución” respecto del marxismo con Marx muerto. Transcribo:

Con la doctrina de Marx ocurre hoy lo que ha ocurrido en la historia repetidas veces con las doctrinas de los pensadores revolucionarios y de los jefes de las clases oprimidas en su lucha por la liberación. En vida de los grandes revolucionarios, las clases opresoras las someten a constantes persecuciones, acogen sus doctrinas con la rabia más salvaje, con el odio más furioso, con la campaña más desenfrenada de mentiras y calumnias. Después de su muerte, se intenta convertirlos en íconos inofensivos, canonizados por decir así, rodear sus nombres de una cierta aureola de gloria para “consolar” y engañar a las clases oprimidas, castrando el contenido de la doctrina revolucionaria, mellando el filo revolucionario de ésta, envileciéndola.