Empáticos o solidarios
Fui uno de los que libré batalla desde mis trincheras contra Pedro Castillo. Falso y nefasto personaje, rodeado de compinches y "camaradas", elegido a la sombra de un ideario totalitario, ¿cómo no estar en contra? Desde luego perdí amigos. Alguno me espetó: "No tienes empatía". ¡Tan injusto epíteto y sin conocerme!, que sean los fariseos los que cuenten el bien que hacen, pues de mi parte la prudencia… y hasta divierte más jactarse de las travesuras…
¡Pero de allí a "no ser empático" por oponerse a Castillo!
Empatía, por si no se sabe, es sentir con el otro porque lo identificas contigo o con alguien que amas y sufre. Es egoísmo, pero sublime, cuando sufre tu madre, tú sufres y no quieres sufrir; y el egoísmo es voluntad y, como Schopenhauer, voluntad pura. Si la tragedia de alguien que te recuerda tu sufrimiento no te eriza, careces de empatía. ¿Cómo llamar a la empatía a quien nunca pasó desasosiego por el pan de sus hijos? En realidad, todos pueden ser empáticos frente al llamado del otro si se escucha con el corazón. "Cuando la gente hable, escucha completamente. La mayoría de la gente nunca escucha", decía Hemingway con una connotación más profunda de lo que suena.
En lo particular y porque me tocó alguna vez, no podría decirle a alguien que "queda desvinculado sin causa de la empresa", porque sé también afectivamente que es el inicio de la travesía lacerante de Odiseo. ¿Podrías herir corazones cuando supiste lo que es quedarse trizado alguna vez o cuando lo soñaste? ¿Podrían no alfileretearse tus ojos entre pestañeos cuando en un accidente se retuerce gente que te recuerda a aquellos que amas? Ponerse en los zapatos del otro duele porque aprietan, son chicos para nuestros pies grandes.
Todo cabe en la teoría de los sentimientos morales de Adam Smith y en el mensaje de Cristo cuando erige la máxima: "No hagas a otros lo que no quieres que te hagan". Y esa es una regla de contención por el dolor, la llamamos "compasión", que es sentimiento compartido.
No todos pasan por lo mismo y vil fuera desear que sientan lo que uno por mala experiencia vital. A lo más podría como el psicoterapeuta austriaco, Alfred Adler, exigirles un único y devocional esfuerzo: el de mirar con los ojos del otro, escuchar con los oídos del otro y sentir con el corazón del otro.
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