Empieza la batalla por la Constituyente
A fines de abril de 2022 es evidente que lo que buena parte de la izquierda desea no es una reforma constitucional que realmente optimice las relaciones entre electores y elegidos, y entre Ejecutivo y Legislativo; que garantice autonomía y eficiencia en la administración de justicia; que haga atractiva la carrera pública para los jóvenes profesionales; que modernice al Estado para que invierta en Educación y Salud; que promueva la convivencia entre la minería cuidadosa del medio ambiente, con la agricultura andina que necesita exportar productos competitivos para eliminar la pobreza ancestral. No, el objetivo de la Asamblea Constituyente Plurinacional es el de cambiar de sistema político, reemplazando la democracia representativa por el socialismo bolivariano.
No se trata de una opción política más, no hablamos de agregar keynesianismo a un modelo económico exitoso en la creación de riqueza pero defectuoso en su redistribución; en aumentar la influencia del Estado para invertir en más programas sociales. El modelo ofrecido es uno vacío de política entendida como tolerancia, debate, negociación y acuerdos; es uno que supone que el grupo gobernante sea el único intérprete de las necesidades de la sociedad, de allí el afán de referirse al interés del “pueblo” como si éste fuese uno solo, la clase trabajadora imaginada con los filtros del siglo XX. Las evidencias nos muestran que el resultado económico y social de la trampa marxista-leninista es el mismo en la Venezuela de Maduro que en la Rumanía de Ceaucescu, en la Albania de Enver Hoxha o en la Camboya de Pol Pot, miseria sin esperanza para todos los ciudadanos y exuberantes riquezas para el grupo gobernante.
El Congreso ha tenido, hasta ahora, el valor de impedir el colapso de la democracia frenando la argucia del referéndum pro Constituyente, pero enfrentará en los próximos meses la “brisa bolivariana” que ha recorrido Latinoamérica convenientemente dirigida y financiada, la que logró que las instituciones chilenas accedieran por temor, a la consulta ciudadana que autorizó la convocatoria de la Convención Constituyente, haciendo coincidir todos los reclamos populares en la aparente urgencia de cambiar de Constitución. Aquí, portátiles, subprefectos y agitadores promoverán violencia y tratarán de intimidar al Congreso y a los ciudadanos disidentes, desarrollando el mismo proceso que comenzó con la protesta de escolares en el Metro de Santiago.
La gran batalla por la democracia está por librarse en las calles, en los medios de comunicación, en las redes sociales. Solo unidos todos los demócratas, sin recordar las diferencias que nos debilitan, podremos tener una oportunidad.
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