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En educación: lo mejor es posible

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Fecha Publicación: 29/11/2024 - 21:50
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La formación es definida como un proceso de perfeccionamiento de las facultades humanas: la inteligencia y la voluntad, con el objeto de que el alumno se oriente a la búsqueda de la verdad y se autodetermine hacia el bien mediante el ejercicio correcto de su libertad.
Esta definición pone el énfasis en la acción del docente, quien desde fuera contribuye a enfilar la inteligencia y la voluntad hacia sus propios fines. No es poca cosa procurar que el educando ejercite su mente para abrirse y nutrirse de la realidad en su anchura y profundidad. A este fin concurren eficazmente las estrategias cognitivas.
Pero hay que dar un paso más. Mediando el diálogo, procurar que el alumno descubra la verdad y la incluya dentro de sus opciones de vida. Cada persona tiene un modo particular de llegar a la verdad: unos lo harán induciendo, otros deduciendo, no pocos mediante la intuición o mediante el rigor especulativo. No faltará el grupo que la acepte por el afecto o admiración que profesa a quien la propone. En la línea de formación de la inteligencia, en mucho contribuyen los encuentros interpersonales.
“La persona humana está llamada a ser dialogante, pero no hay diálogo sin verdad. Por eso es importante el lenguaje. Un lenguaje equivocado, falso respecto de las cosas, las estropea; pero un lenguaje equivocado respecto a las personas destroza la sociedad. El empobrecimiento del lenguaje es el decaimiento de la sociedad” (G. Castillo). Por eso, ¡cuánto se gana en una conversación con un alumno!
La persona no se hace solo en el conocer, también con el actuar. Su imperativo ético es crecer, es optimizarse. La meta y finalidad del crecimiento es el bien. Hacerse con él supone identificarlo, encaminarse y adquirir las virtudes necesarias para acogerlo y mantenerlo con el propósito de hacerse bueno. Para lo cual, la conquista de las virtudes implica motivación y convencimiento para optar por los bienes superiores.
En esta tesitura, la presencia de la acción educativa es capital. El docente, mediante su exigencia cordial, su prestigio y su ejemplo en el obrar, invita, propone, sugiere a un alumno a que libremente se adhiera al bien. La acción educativa guarda para sí el privilegio de ser, siempre y en todo momento, agente activo de mejora personal.
Una palabra, un gesto, una mirada y una simple sonrisa contienen una superabundante dosis formativa, pues fomentan el diálogo interpersonal. Sin lugar a duda, estos matices afectivos integran un acto educativo. Por tanto, la presencia de ese afecto configura la mejora del estudiante como un imperativo ético para el profesor.
El afecto no es patente de corso para la concesión, para la omisión, para no hacer o hacerlo a medias. Todo lo contrario, tiene que conducir al alumno a que entre lo bueno y lo mejor, elija esto último. Apostar por lo mejor, sin duda, requiere, para no dar un salto en el vacío, que el estudiante se haga cargo y, también el docente, de que lo mejor es posible: esta es la tarea de la formación.

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