En el Perú hay lugar para la esperanza
Cuando escuchamos los comentarios de analistas y medios de comunicación sobre la situación del país, no podemos menos que alarmarnos ante una situación en la que el Perú parece al borde del abismo. Sin embargo, a pesar de los desafíos que enfrentamos, es innegable que nuestro país mantiene el orden constitucional y sus autoridades, electas o designadas, se rigen conforme a los principios establecidos en la Constitución Política del Estado.
Al reflexionar sobre la crisis y las dificultades que enfrenta la Nación, surge la obvia posibilidad de que seamos nosotros, los peruanos, los responsables de los graves problemas que nos afectan, particularmente en relación con nuestras elecciones y a la forma en que ejercemos nuestro derecho al voto universal. Las decisiones que muchas veces tomamos mientras hacemos una fila ante una urna electoral, más por motivos viscerales que racionales, tienen consecuencias de mediano y largo plazo y son de nuestra absoluta responsabilidad.
La crisis actual puede atribuirse, por lo tanto, a una tendencia arraigada en nuestra sociedad a tomar decisiones apresuradas, de último minuto, y no solo para la elección de autoridades. La necesidad de elegir correctamente a quienes nos representarán y liderarán es fundamental para el bienestar de la Nación y es responsabilidad de cada ciudadano abordar este proceso con la seriedad y la reflexión que merece, algo que lamentablemente no hacemos.
Pero si aquellas personas que elegimos mal no responden a nuestras expectativas o, peor, resultan simplemente ladrones de siete suelas, somos los primeros en pedir que se les eche sin respetar los mecanismos constitucionales.
La pobreza en la calidad educativa se presenta como un factor crítico en este análisis. La carencia de una educación de calidad afecta negativamente la capacidad de los ciudadanos para discernir, analizar y tomar decisiones informadas, y contribuye así a la elección de líderes que no siempre representan los intereses del Perú.
Este déficit educativo no solo se limita al ámbito académico, también permea el íntegro de la vida cotidiana. La falta de valores éticos arraigados en el tejido social genera una cultura que tolera la mediocridad y la corrupción, perpetuando un ciclo perjudicial para el desarrollo sostenible del país.
Es crucial reconocer que estos problemas no surgen de la noche a la mañana. Son el resultado de años de acumulación de deficiencias en diversos sectores de la sociedad. Superar la mediocridad implica abordar no solo los problemas superficiales, sino también las raíces profundas de la crisis. Esto implica un esfuerzo conjunto de la sociedad, el gobierno y las instituciones educativas para invertir en la mejora de la educación, promover la ética y la integridad, y fomentar una cultura que valore la excelencia y el compromiso con el bien común.
En última instancia, el camino hacia la superación de la mediocridad requiere un cambio cultural, una transformación que empiece en las aulas, en los hogares y en las comunidades. Al elevar los estándares educativos, promover la reflexión crítica y fomentar valores éticos sólidos, los peruanos podremos aspirar a una sociedad más justa, transparente y próspera, donde la elección de líderes esté guiada por la visión a largo plazo y el bienestar colectivo.
Estoy absolutamente convencido de que hay motivos para el optimismo, que hay millones de buenos peruanos dispuestos a hacer el esfuerzo de trabajar por un país mejor y solo necesitamos ser capaces de reconocerlos y otorgarles la confianza que, erróneamente, hemos entregado a falsos caudillos oportunistas que solo buscaban su beneficio personal.
Que el advenimiento de un nuevo año sea un motivo para empezar este urgente proceso de cambios. No podemos desear otra cosa en estas fiestas de Navidad y año nuevo. Ha llegado el momento de despertar y empezar a trabajar para hacer realidad el sueño de un país justo, solidario, integrado y conducido por los mejores hombres y mujeres. La pesadilla continuará mientras no seamos capaces de abrir los ojos y darnos cuenta que fuimos nosotros los que creamos a los monstruos que hoy nos aterrorizan. Felices fiestas para todos y en especial para la familia del diario Expreso.
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