En el Perú todo es posible, pero nada seguro
La frase del título de este artículo aparece en el libro de Hildegard Rittler “Descubrí el Perú durante la Segunda Guerra Mundial”. Desde entonces poco ha cambiado en nuestro país. En el aspecto social, una nación plural en razas y multicultural, con graves diferencias entre un reducido número de personas que vive en la abundancia material, y una mayoría que carece de todo.
Ello pasa desapercibido en el Perú, en razón de que se recurre al método de exagerar en las formas. Somos un país en el que casi todas las semanas hay ceremonias, hasta para entregar balones de oxígeno. Estamos próximos a multiplicarnos en celebrar ceremoniosamente nuestra Independencia como si hubiese sido un acto de plena soberanía. Cuando la proclamación, el 28 de julio de 1821, fue solo un acto formal -en un contexto de intereses de varias naciones- y seguimos, a partir de ahí, estando gobernados por extranjeros por varios años. Luego poco pudimos hacer para evitar que nuestra integridad territorial sea respetada. La última pérdida fue la entrega de Tiwinza.
Hoy tenemos instituciones que se parecen en forma a otras que hemos copiado del exterior y que de poco sirven a las mayorías que son llamadas informales. Con doscientos mil muertos enfrentamos un proceso electoral que, si bien fue declarado limpio y justo, dura más de tres meses y no tenemos aún al escribir esta columna, resultados. En el anterior acto electoral elegimos un presidente y un congreso, y -sorprendentemente- tuvimos cuatro presidentes y dos parlamentos.
Evidenciamos una burocracia inflada con magros y confusos resultados. Casi 20 ministerios; Tribunal Constitucional. Defensoría del Pueblo, fiscalías en abundancia, Junta de Justicia, procuradores, contralorías, etc., en los que funcionarios han juramentado con ceremonias.
En tanto la mayoría de universidades que podrían ser estatales son un negocio privado. Los sobrevivientes en este caos carecen de perspectivas. En ese contexto hay quienes presumen de intérpretes de ideologías – extranjeras- o de juristas; e incluso existen personas que se hacen llamar “internacionalistas”. Sin vergüenza alguna aparecen en los medios, junto con políticos de poco éxito, con paparruchadas retóricas.
Si bien es necesario hacer enmiendas al abultado conjunto normativo actual, hoy se discute sobre una Asamblea Constituyente. ¿Acaso queremos constituir un nuevo Estado? Lo urgente es solucionar problemas puntuales y lograr para ello consensos.
Las varias crisis que afectan al Perú nos revelan que existe un abismo que nos separa de los estándares internacionales. Es así que el Perú registra el número más alto de muertes a raíz de una pandemia mal atendida. Nadie protesta por absurdas medidas como la del uso de doble mascarilla o la prohibición de circular en autos particulares en días domingo. En contraste con el rigor aplicado a la mayoría de peruanos, no se indaga la razón por la que se retrasó varios meses el acceso a la vacuna; como tampoco se presta atención a que se habría pagado por vacunas chinas 70 dólares, cuando estas estaban en el mercado a un dólar y veinte centavos, y nadie las compraba.
Sabemos que la política de prestigio involucra la capacidad de entenderse y asociarse con otros elementos con prestigio. Un país que practica una política prestigiosa debe evidenciar una constante voluntad de éxito para relacionarse para asociar valores comunes que permitan consolidar sus intereses.
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