En el recuerdo
El periodista Jorge Saldaña y el economista Eugenio D’Medina partieron. Ambos, grandes profesionales, pero, sobre todo, entrañables amigos. Jorge era amable y gentil con todos, de esos caballeros a la antigua que cultivaban las formas. Siempre atento para orientar sobre los procedimientos congresales. Conocía la historia parlamentaria y la había vivido por décadas, “a mí nadie me lo cuenta”, decía. Periodista de El Comercio (donde lo conocí más) y cronista parlamentario, tenía el dato exacto y la anécdota viva y dispuesta.
Me contaba de los tribunos históricos y, de ellos, mi predilecto Luis Alberto Sánchez, y para decirlo bien, Jorge era una enciclopedia de la historia congresal y un testigo del periodismo. Nos reencontramos dos años antes de la pandemia, cuando nos vimos por última vez. Culminamos juntos una tarea en la Defensoría, nos cruzamos el último día y nos contamos un poco de todo alrededor de un sencillo menú. Nunca hablaba mal de nadie ni juzgaba el color político, lejos de la maledicencia y el chisme, lo suyo era hacer pedagogía fiel. Una de las conversaciones más largas con él fue sobre su hábito de surcar las alturas y elevarse pedaleando por los caminos altos del Perú. Su bicicleta era su mundo, un desafío a la vida, una forma de tocar la cumbre, que es tocar el infinito y tocar a Dios. Un grande del periodismo a quien se le debe rendir el mejor de los homenajes.
Eugenio D’Medina también partió cuando el Perú lo necesitaba más que nunca. Liberales ambos, nos conocimos cuando nos unimos tras el Partido Liberal. Eugenio era un economista brillante, ensayista, profesor, columnista lúcido, un orador tajante y sonoro y, especialmente, un buen y preocupado amigo. Sincero hasta la médula, entusiasta, estaba llamado a grandes destinos. Lo recuerdo en 2005, cuando apretando fuerte el acelerador por la Vía Expresa; yo azorado y él en aquella euforia del futuro tras una charla magistral, comenzó a jugar con los pronósticos, él podría ser el presidente del Bicentenario. ¿Y por qué no? Yo le creía, y le creía, aunque hablara en juego. Faltaban todavía dieciséis años y en el Perú las cosas se definen apenas en meses, pero como Valery, nunca el futuro será lo que era. Vino un día una pandemia y tras ella un presidente del Bicentenario tan triste como insospechado. “La vida nunca es justa”, decía Kennedy. Dos grandes que nunca debemos olvidar.