En el Sábado de Silencio… algunos callan mientras otros arman la guerra
El Sábado de Silencio es una jornada de introspección en el mundo cristiano, marcada por la calma y el luto, anticipando la renovación de la esperanza. Esta pausa reflexiva debería influir en la conducta de la política internacional, incentivando la contención y la cautela. Lamentablemente, la realidad dista mucho de este ideal. En un momento en el que millones reflexionan sobre el sacrificio de Cristo, un emblema de la paz, existen voces que promueven, bajo la apariencia de defensa, estrategias que incitan al enfrentamiento.
John Culver, exanalista de inteligencia en Asia por la CIA, advirtió sobre las consecuencias de reaccionar excesivamente a la modernización militar de China, mientras que declaraciones del secretario de Defensa de EE. UU., Pete Hegseth, reconociendo que su país pierde en todos los simulacros bélicos frente a China en menos de veinte minutos, asistimos a una peligrosa escalada verbal con posibles efectos. Esto se asocia a la propuesta de Donald Trump en el Parlamento americano de construir una “Cúpula de Hierro” nacional, una suerte de Iron Dome estadounidense inspirada en el sistema israelí, lo que sugiere una peligrosa inclinación por reemplazar estrategias sensatas por el espectáculo: la disuasión prudente por la ilusión tecnológica.
El Brookings Institution ha alertado sobre los exorbitantes costos y la ineficiencia de un proyecto de tal magnitud en EE. UU., el cual requeriría una vasta red de defensa antimisiles y sistemas orbitales, superando los 500 mil millones de dólares. Este enfoque no solo es oneroso, sino que también podría incitar a una nueva carrera armamentística con potencias como Rusia o China. Lo que se presenta como defensa puede terminar provocando lo que dice evitar.
Este debate trasciende las cuestiones militares, evidenciando un cambio significativo: la progresiva pérdida de influencia estratégica de Estados Unidos en regiones clave como el Sudeste Asiático. Testimonios recientes ante el Congreso americano indican que EE. UU. está cediendo influencia ante China en países como Indonesia, Malasia y Tailandia, donde la diplomacia silenciosa de Beijing ha ganado terreno frente a la inconsistencia de Washington.
Uno de los casos más ilustrativos de esta transición es Corea del Sur. Tradicionalmente prudente, pero cada vez más expuesta, Seúl se ve atrapada entre su alianza militar con EE. UU. y su creciente dependencia económica de China. Japón y Australia avanzan en ejercicios militares conjuntos con Washington en caso de un conflicto en el estrecho de Taiwán. Corea mantiene una posición ambigua no por debilidad, sino por cálculo. Más del 90 % de su comercio marítimo cruza por esas aguas, y cualquier alteración del statu quo podría reducir su PBI en un 23 %.
El dilema de Corea es también el de América Latina: ¿cómo sostener soberanía y crecimiento en un mundo tensionado por bloques cada vez más agresivos? Para países como el Perú, que miran a Asia como socio comercial, el riesgo está en que el “America First” se vuelva un “America Alone” que fracture alianzas, politice los compromisos de defensa y debilite la arquitectura multilateral que ha sostenido el orden global en las últimas décadas.
Los discursos importan porque las palabras también disparan. Si el lenguaje de la disuasión se convierte en una carrera de bravuconadas tecnológicas, el silencio se convierte en un acto de resistencia. En el Sábado de Silencio, convendría recordar que el verdadero poder no es el del grito más fuerte, sino el del que es capaz de contenerse para no romper la paz.
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