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En la dimensión del desvalor

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Fecha Publicación: 16/09/2020 - 20:40
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La primera lección en cursos de ética y administración de recursos humanos está referida a la línea divisoria de valor y desvalor en nuestra mente, en nuestra cultura, usos y costumbres y su respectiva manifestación en los actos que realizamos o que toleramos como buenos.

Sobre la línea divisoria que vendría a ser el cero en moral, se levantan las escaleras del valor comenzando por lo que se considera bueno, pasando a muy bueno, de allí a excelente proyectándose esa escalinata hacia lo ideal.

Por debajo de esa línea se proyecta otra escala comenzando por lo malo, pasando a muy malo, luego a pésimo, proyectándose a lo peor y a lo perverso.

Se nos enseñaba que, para lograr algo bueno, podíamos ceder hasta el cero desde cualquier nivel de valor, siempre y cuando el ceder podía significar la demostración de poder dar saltos cualitativos más grandes a cualquier persona con aspiraciones de construir valor, pero inexperta aún de los procesos existenciales.

Jamás se podía ceder más porque no se debía caer en lo negativo del desvalor y pervertir la moral personal, social y pública.

La convivencia social hace que tengamos una moral en la cual unos llegan a escalones más elevados, mientras que otros se hallan en los más básicos, debiendo, en teoría, los primeros, dar ejemplos claros y concretos a los de abajo para que asciendan más rápido en la escala y beneficiarse de lo bueno que la vida le brinde. Como no todos valoran igual, estando todos en la dimensión de valor, surgen los conceptos de mayorías y minorías que, con respeto mutuo, forman el concepto de moral pública.

Los que optan por el desvalor reciben o el repudio social o la persecución penal porque casi siempre el que actúa en el plano del desvalor termina delinquiendo y, a eso se debe, que un Estado establezca el sistema de represión penal, así como reglas de protección del honor.

Virtudes y Honor son los que adornan o deben adornar a la moral de una Nación y ésta, en un Estado de Derecho, se encarna en el jefe de Estado, de modo que éste no tiene un ámbito íntimo o privado que se proteja de lo público porque un presidente representa todo lo público en un país, en cuya virtud, su intimidad y privacidad deben enriquecer su imagen pública.

Ha sido doloroso comprobar que nuestra sociedad, frente a sus gobernantes, ha caído en el desvalor… CONTINUARÁ…