Equipo Especial: las «estrellas» también se apagan
Han demostrado con creces que tienen un desenfrenado desprecio por el Estado de derecho. Son los paladines de la justicia selectiva, pero con un alto nivel de incompetencia. Los jueces se rinden ante su impericia. Han gastado millones del erario, casi sin límite, con pobrísimos resultados. Han intentado agredir la institucionalidad de la Fiscalía en innumerables oportunidades, bajándole el dedo, cual emperadores, a sus enemigos, con un aplauso mediático vergonzante. Ratifican con cada uno de sus actos las denuncias del presidente del PJ, acerca del abuso de las prisiones preventivas y la politización de la administración de justicia.
La prensa y muchos falsos líderes de opinión –esos que la televisión convierte en expertos instantáneamente y por su solo dicho– han endiosado a estos ídolos de barro. ¿Cuántas portadas les dedicaron? ¿Cuántos falsos éxitos les celebraron? Odebretch ha sido la protagonista del caso de corrupción más grosero del Perú, sin embargo, hemos sido incapaces de sancionarla con la extrema severidad que se merece. Lula, otrora lobista de Odebrecht en un escenario teñido de corrupción que lo arrastró a la cárcel, ha vuelto fortalecido a reasumir su padrinazgo, y no descansará hasta lavarle la cara.
En marzo de 2020, estas “estrellas” compartían el Olimpo con Vizcarra. Gozaban de cerca del 80% de popularidad, a pesar de que ya se había firmado el nefasto convenio de colaboración eficaz con Odebretch, que le permitió a esta empresa seguir trabajando en el Perú y ningunearnos con su limosna, un monto diminuto de S/ 680M en 15 años, como toda indemnización. Se vendió como el único camino para descubrir la verdad, pero lo cierto es que hasta hoy solo hay investigaciones inconclusas y expedientes mal elaborados.
Les duele haber caído del pedestal. Recientemente, la Autoridad Nacional de Control del MP les ha abierto una investigación por la presunta comisión de una falta muy grave: filtraciones de información reservada en el caso cocteles en 2019, sumado a la queja interpuesta por el exmagistrado constitucional José Luis Sardón. Se creen intocables, pero no lo son. No hay intereses subalternos contra ellos, simplemente no se puede permitir que sigan administrando justicia con reglas a su medida y ensañamiento.
La prensa estaba obligada a poner en el ojo público las incoherencias entre las promesas y el incumplimiento, pero desafortunadamente, se trata de medios muy debilitados económicamente –por no decir quebrados– que, salvo escasas excepciones, ya no investigan, son meramente informativos y generalmente con sesgo oficialista. Han perdido toda capacidad de ser un contrapeso del poder y de incomodar.
Vivimos en sociedades en conflicto por la violencia generalizada y la extendida corrupción. La prosperidad de las naciones ahora solo se mide en términos económicos y financieros, el ethos público ha salido del juego. Nos hemos subordinado al relativismo de la virtud siendo el Congreso, donde “otorongo no come otorongo” el mejor ejemplo reciente. No sentir vergüenza ni indignarse es signo de una realidad moral preocupante, pero más grave aún es que siendo la justicia una condición de la libertad, nos hayamos vuelto tan indiferentes ante los abusos. Pues, salvo que seamos víctimas directas del atropello, miramos de costado y seguimos convalidando el amedrentamiento como un mecanismo válido de administración de justicia. La persecución a Ricardo Briceño y la CONFIEP es un caso relativamente reciente, a todas luces inaceptable.
¿Creemos que somos libres? Atrévanse a preguntar cuántas personas estarían dispuestas a contribuir financieramente con la capacitación de candidatos o la creación de partidos políticos. Estos fiscales, cuya presencia ha acaparado la atención de los limeños durante años (provincias es otro mundo) son los grandes responsables de la apatía democrática que hoy constituye la peor enemiga de lograr un escenario diferente. Sabemos que el país se lo merece.
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