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Ese loco 2011

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Fecha Publicación: 23/11/2019 - 20:30
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Las confesiones de diversos empresarios respecto a los aportes o donaciones que realizaron en la campaña electoral general del 2011 han generado comprensibles soponcios en esa parte de la ciudadanía absolutamente apartada de los enjuagues políticos y recelosa o convencida del compromiso de muchos de sus actores con los intereses económicos particulares. Como otros tantos rubros de nuestra vida pública, las relaciones empresa-política nunca tuvieron una frontera clara ni condicionamientos específicos. Desde la recuperación de la democracia en 1980 y el estreno del marketing especializado en estrategias electorales –amén de la televisión a color y la multiplicación de empresas audiovisuales ávidas del millonario caudal movido para la ocasión– la plata corrió detrás de cada partido con posibilidades de acceder al gobierno. Muy pocos levantaron la voz sobre las implicancias que ello acarrearía y la necesidad de regular ese flujo. El intento de supervisión vino casi un cuarto de siglo después pero reservando al partido beneficiado con el aporte o donación sólo una “falta administrativa” en caso no lo declarase.

Nunca imaginaron los jerarcas partidarios que el dinero flotante podía imputarse de origen ilícito o suponerse objeto de lavado de activos. Sin embargo, recordar el 2011 también rememora el desenfreno y la paranoia que el apronte del hasta entonces chavista Ollanta Humala generó en las esferas empresariales y en los políticos pro mercado. Desenfreno y paranoia tardíos, absurdos y reveladores del convencimiento que estos grupos tenían respecto al piloto automático de la apertura económica. Ello al margen del profundo desdén con el cual vieron a Humala desde el inicio de esa campaña, pese a su acertadísimo enfoque y el buen trabajo cara a cara realizado al interior del país durante varios años. Ese desenfreno y paranoia originó un cargamontón contra Humala totalmente desproporcionado.

Hizo recordar al que propició el Fredemo contra Alberto Fujimori esgrimiendo los mismos fantasmas de controlismo público y despilfarro fiscal. A Mario Vargas Llosa lo sentían más suyo en 1990 como a Keiko Fujimori el 2011. Pero la mayoría de peruanos estaba en otra cosa y no se dieron la molestia de explicárselo. Fujimori (Alberto) y Humala vencieron al dinero mal invertido. A la arrogancia insultante de la verdad única del empresario peruano cuyo promedio es intelectualmente ocioso, servil y hasta sumiso con los mandones, sean de derecha o de izquierda. Pienso como Aldo Mariátegui que no es lo mismo defender las libertades económicas que a muchos monigotes con membresía de capitalista inversor. Ese loco 2011, gran paradoja, hoy les pasa la factura a algunos de quienes se atolondran cada cinco años frente a los cucos de sus inmensas bóvedas.