Estados Unidos y el tamaño de su poder mundial
Hoy, Estados Unidos de América, aunque a algunos proasiáticos, que refieren como letanía China, China, China, no guste, sigue siendo el país más poderoso del planeta –y no digo solamente el más rico–, y cumple 248 años de su independencia política de Inglaterra, Reino Unido. Para nadie debe ser un secreto que el 4 de julio de 1776, los conceptos de igualdad y libertad, principalmente, fueron la máxima expresión del derecho individual.
Ello sucedió en Norteamérica mientras en Europa se imponía la Ilustración que cuestionó el derecho divino que había legitimado a las monarquías absolutas como la de Luis XIV, rey de Francia, que dijo “El Estado Soy Yo”, la más despótica expresión hasta entonces conocida. Así, la independencia de las ex Trece Colonias, se adelantó a otro no menos importante episodio universal: la Revolución Francesa del 14 de julio de 1789 que acabó con el denominado Antiguo Régimen. Han transcurrido cerca de dos siglos y medio y el presagio del extraordinario poder mundial de EE.UU. solo fue imaginable por el enorme impacto del denominado “Destino Manifiesto” que jamás dejó de propugnar la llamada grandeza americana.
Los 46 presidentes que ha tenido este país desde 1776 –republicanos o demócratas–, más allá de sus aciertos o desaciertos, no han perdido perspectiva sobre la misión de contribuir como hombres de Estado al referido engrandecimiento del país. Luego de la Primera Guerra Mundial, pero sobre todo de la Segunda, Estados Unidos se convirtió en el hegemón del mundo. El presidente Augusto B. Leguía advirtiendo su apogeo, nos acercó a Estados Unidos, sobre todo durante su segundo mandato (1919-1930) y ese tamaño de prospectiva mezquinamente no ha sido reconocido.
El poder estadounidense en toda su dimensión geopolítica se mostró, primero en el mundo bipolar, durante la denominada Guerra Fría, compartiendo el poder mundial con la ex Unión Soviética; luego unipolar, a la caída del Muro de Berlín (fin del comunismo) en 1989 y el estrepitoso declive soviético en 1991 que volvió a los rusos a la calidad de potencia regional como federación de la que hoy busca desmarcarse con una victoria en la guerra sobre Ucrania.
Por más de 11 años Estados Unidos fue el único director del globo; sin embargo, el atentado terrorista de Al Qaeda de 2001, el más grave de su historia nacional, la mala administración de crisis por la pandemia de la Covid-19, el retiro de Afganistán en 2021 y sus espacios de influencia económica arrebatados por China por su geopolítica de la Franja y la Ruta, los ha circunscrito al mundo unimultipolar, es decir, aquel en que Estados Unidos, sigue siendo el mayor hegemón de la Tierra, pero detrás, no precisamente pisándole los talones, está China y poco más abajo, India y Rusia.
De allí que Estados Unidos sigue siendo el protagonista del mundo, guste o no, manteniendo su influencia estratégica en espacios geopolíticos claves del globo como el Medio Oriente o el Sudeste Asiático y haciendo malabares para no perder otros como América Latina, relativizando su intolerancia –un escenario jamás creído en el pasado– con los gobiernos de izquierda, con los que fue implacable en los años 60 del siglo XX.
Aun con todo lo anterior, sabiendo la dimensión real de Estados Unidos, país dominado por sus vulnerabilidades, seamos equilibrados con nuestra vinculación geopolítica con los actores relevantes del sistema internacional. En otras palabras, no conviene encamotarnos con uno solo de los Estados poderosos, pues serlo nunca será estratégico para un Estado periférico de las Relaciones Internacionales, como es el caso del Perú, y más aún si tenemos presente que la tenencia del poder mundial es cíclica.
(*) Excanciller del Perú e Internacionalista
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