Este 28 de julio Venezuela lucha por su independencia
El 28 de julio es un día importante para todo peruano. Nuestra independencia nos llena de orgullo, a pesar de que no solemos comprender del todo qué implicó y qué implica aún ese proceso que reconfiguró al país como algo nuevo.
Este 28 de julio, además, nuestros hermanos venezolanos enfrentarán uno de sus más grandes retos de los últimos años: unas elecciones generales en las que parece inevitable que gane la oposición, lo que pondría fin, luego de veinticinco años, a la dictadura chavista que ha generado la crisis humanitaria más grande de nuestra región.
Los venezolanos se muestran motivados; incluso muchos que ya residen en el Perú desde hace años están viajando a su patria para ejercer su derecho al voto, pues la dictadura les pone trabas legales para hacerlo en su embajada.
El régimen chavista parece debilitado, al punto que Maduro amenazó con un “baño de sangre” en caso de que el oficialismo no gane las elecciones, algo que hizo que Lula da Silva, presidente de Brasil y aliado tácito del gobierno chavista, se mostrara “asustado” por la amenaza del dictador. Además, le recomendó al gobierno venezolano aceptar el resultado en caso de que les sea desfavorable.
Incluso Petro ha deslizado la posibilidad de que Maduro pierda, también invocando a procesos no violentos frente a cualquier resultado.
Si sus aliados dudan, no es porque de pronto se hayan dado cuenta de que el chavismo vulnera derechos humanos (algo evidente desde hace muchos años), sino porque una radicalización del régimen frente al descontento popular podría potenciar la crisis humanitaria y obligar al desplazamiento de más población, lo que claramente viene afectando a los países de la región en distintas medidas.
Pensar que Maduro y su cúpula de poder no acepten los resultados no es descabellado, principalmente si consideramos que el Departamento de Estado de EE. UU. ofrece una recompensa de hasta 15 millones de dólares por información que facilite la captura de Nicolás Maduro, acusado de “narcoterrorismo”, al igual que varios de los altos funcionarios del régimen. Esto nos da una idea de cómo parece estar estructurado el gobierno chavista y de todos los problemas en que se podrían meter quienes detentan el poder, en caso de perder las elecciones y aceptarlo.
Este escenario convierte la elección del domingo 28 de julio en Venezuela en una paradoja, pues, en el fondo, cualquier resultado en las urnas depende exclusivamente de la decisión del gobierno para hacerse efectivo, por lo que la elección democrática, en sí, no será determinante, sino el cómo reaccionarán frente al resultado quienes detentan el poder.
En un régimen autoritario, la separación de poderes no existe, las entidades autónomas no son más que reductos de los regímenes, y controlar los resultados de una elección, en ese contexto, no es algo improbable, por lo que la posibilidad de un fraude es alta; a pesar de todas las misiones internacionales para observar las elecciones que puedan asistir, incluso la prometida por Lula.
Otra posibilidad es que la dictadura efectivamente logre ser derrotada en las urnas, pero que el régimen no acepte su derrota, contexto en el que la referencia de Maduro sobre un “baño de sangre” cobra particular relevancia.
Hace unas semanas, Maduro juró ante militares que no entregará el bastón de mando presidencial. Mensaje significativo, pues las fuerzas armadas son la base del gobierno chavista, que ha logrado contener la movilización social mediante el uso de la represión y la violencia.
Tal vez sea un camino difícil, ojalá que no, pero así como nuestro proceso de independencia tardó poco más de tres años en concretarse, terminando con la famosa Batalla de Ayacucho, los venezolanos, este 28 de julio, tienen la posibilidad de iniciar su propio proceso de independencia, pero ya no de una potencia extranjera, sino del cáncer que consume a su sociedad y que usa las armas como su principal mecanismo político y el tráfico de drogas como su principal activo económico.
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