Euro Digital, el precio del control
En un contexto de incertidumbre mundial, Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo (BCE), promueve una estrategia para convertir al euro, hoy segunda moneda internacional, en moneda de refugio global. El BCE combina medidas técnicas como el Euro Digital, líneas de liquidez y sistemas eficientes de pago con propuestas políticas como eurobonos, integrando los mercados financieros. Busca aprovechar la fragilidad del dólar, marcado por tensiones internas y uso geopolítico, para consolidar al euro como alternativa sólida y confiable.
Pero este impulso intenta justificar la implantación del “Euro Digital”, proyecto que genera serias preocupaciones por las similitudes con el yuan digital, moneda usada por China como herramienta de control social, permitiendo al Estado rastrear transacciones, imponer condiciones de uso e incluso bloquear fondos. Aunque en Europa el BCE insiste en que el diseño respetará la privacidad; sin límites legales estrictos, las semejanzas resultan peligrosas.
La ausencia de debates en torno al euro digital despierta preocupaciones sobre decisiones tomadas por una cúpula en la Unión Europea, que no ha sido elegida directamente. Se afirma que actúan sin rendición de cuentas y que las grandes transformaciones tecnológicas y financieras se implementan sin consulta ciudadana. La integración financiera y avances digitales sin controles democráticos consolidarían una arquitectura de poder vertical. Sin límites establecidos y supervisión democrática, decisiones que afectan la libertad económica, privacidad y la vida diaria de los europeos terminaría en manos de tecnócratas, algoritmos y grandes plataformas.
El rol de Lagarde desde su paso por el Fondo Monetario Internacional ha sido representar y respaldar la “nueva gobernanza global”, lo que le ha valido la invitación para dirigir la presidencia del Foro Económico Mundial (FEM) –Foro de Davos–, tras la renuncia de su fundador, Klaus Schwab. Aunque ha declarado que no dejará el BCE hasta completar el proyecto del euro digital, su traslado a Davos sugiere una continuidad ideológica. Significaría la consolidación de una alianza entre bancos centrales, corporaciones globales y élites políticas, con mecanismos opacos de rendición de cuentas.
Davos impulsa la visión de un futuro dirigido por expertos y grandes corporaciones, presentada como moderna y necesaria. Pero propone un modelo en el que las empresas no solo responden a sus dueños, sino también a gobiernos, medioambiente y a la sociedad. Esto les da poder para influir en decisiones públicas, incluso sin debate o participación ciudadana. Todo se digitaliza, se convierte en datos y el acceso a beneficios como financiamiento se condiciona con el cumplimiento de ciertos indicadores llamados ESG, que miden lo ambiental, social y la forma de gobernar, control justificado en nombre de la llamada transición verde.
El famoso lema de Davos “No tendrás nada, pero serás feliz” refleja esa lógica. La intención era mostrar un futuro basado en el acceso y no en la propiedad, pero el rechazo generado la convirtió en símbolo de un modelo donde todo se alquila, condiciona y monitorea, diluyendo la autonomía individual en nombre de la eficiencia.
No se trata de rechazar la innovación, pero es necesario debatir qué tipo de sociedad queremos. ¿Aceptar monedas programables y cuentas controladas sin consulta ciudadana? Si las decisiones fiscales y digitales se toman fuera del alcance ciudadano el riesgo es perder no solo el derecho a la propiedad, sino sobre todo la libertad de decidir cómo queremos vivir.
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