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Europa y la ultraderecha

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Fecha Publicación: 28/09/2025 - 21:10
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En las últimas décadas, Europa se había acostumbrado a ver a la ultraderecha como un fenómeno marginal, reducido a partidos que agitaban las aguas, pero raramente alcanzaban el poder. Sin embargo, el mapa político del continente ha comenzado a teñirse de nuevos tonos. Hoy, el ascenso de gobiernos y movimientos de ultraderecha ya no es una excepción, sino una tendencia que amenaza con redefinir el proyecto europeo.
Italia es un caso emblemático. Giorgia Meloni, con Hermanos de Italia, no solo llegó al poder, sino que lo hizo presentándose como una alternativa al desgaste de las élites tradicionales. Hungría, por su parte, lleva más de una década gobernada por Viktor Orbán, quien ha convertido su discurso contra Bruselas en una bandera de soberanía nacional. En Francia, Marine Le Pen está más cerca que nunca de la presidencia, mientras que en los Países Bajos, Geert Wilders sorprendió con un resultado electoral que obliga a los partidos tradicionales a negociar con él.
El auge de estas fuerzas no puede entenderse sin mirar al trasfondo social y económico. La migración es uno de los factores más visibles: la llegada de refugiados y trabajadores extranjeros ha sido utilizada como catalizador del miedo a la pérdida de identidad cultural y a la inseguridad. A ello se suma la desconfianza en las élites de Bruselas, percibidas como distantes e incapaces de resolver las crisis que afectan a los ciudadanos de a pie. La inflación tras la pandemia, el aumento del costo de vida y los efectos colaterales de la guerra en Ucrania han alimentado la narrativa de que los partidos tradicionales no ofrecen soluciones reales.
La ultraderecha también capitaliza un sentimiento de “nostalgia política”: la promesa de recuperar un orden nacional y valores “tradicionales” frente a sociedades que cambian con rapidez. Este discurso conecta especialmente con sectores rurales, clases medias empobrecidas y jóvenes desencantados.
El desafío para la Unión Europea es enorme. Bruselas se encuentra atrapada en un dilema: imponer sanciones y restricciones a gobiernos que se apartan del Estado de derecho, como en Hungría o Polonia, o intentar integrar a estas fuerzas dentro de la arquitectura comunitaria para evitar rupturas mayores. Pero, cuanto más se fortalece la ultraderecha, más difícil resulta mantener la cohesión del bloque.
Europa parece moverse en un péndulo. El avance de la ultraderecha no significa necesariamente un rechazo absoluto a la democracia, sino una redefinición de sus límites bajo un prisma nacionalista. El verdadero interrogante es si el continente será capaz de encontrar un equilibrio entre la diversidad y la unidad, o si el péndulo seguirá girando hacia un nacionalismo que amenaza con fragmentar el proyecto común europeo.

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