Europa y su propia seguridad

La seguridad europea, fundamentada en la alianza con Estados Unidos, enfrenta los efectos de una globalización que erosiona la relación. Occidente sufre un declive industrial, disminución de la competitividad, fragmentación social y descontento con el statu quo político, ambiente propicio para el resurgimiento de nacionalistas y aislacionistas.
El regreso de Donald Trump como presidente marca un punto de inflexión, prometiendo “Estados Unidos primero” y exigiendo mayores contribuciones a sus aliados. Este mensaje resonó en un electorado cansado de asumir cargas internacionales, señalando la necesidad de reducir su presencia en Europa y Oriente Medio, enfocándose en el Indo-Pacífico.
Independientemente de quién ocupe la Casa Blanca, Estados Unidos espera que Europa asuma su propia seguridad. La dependencia y protección estadounidense no son sostenibles en el contexto geopolítico actual. Moscú sabe que Trump estará presionado para alcanzar acuerdos rápidos en cualquier negociación, desequilibrio que otorga a Putin ventajas estratégicas, disminuyendo la probabilidad de alcanzar un pacto que proteja a Ucrania y Europa contra nuevas agresiones rusas.
El verdadero obstáculo que enfrenta Europa es la falta de voluntad política para fortalecerse militarmente, evidenciado con el reducido apoyo brindado a Ucrania. Corea del Norte, limitada tecnológica y económicamente, suministró más proyectiles de artillería a Rusia en el último año que toda la Unión Europea a Ucrania, a pesar de su sólida base industrial, que alberga a cuatro de los diez mayores exportadores de armas mundiales.
En Alemania, el gobierno de coalición colapsa, sumiendo al país en la incertidumbre política, con elecciones anticipadas y procesos de formación de gobierno, consumiendo tiempo y recursos. Para Emmanuel Macron, en Francia, perder la mayoría parlamentaria limita su capacidad de acción. La relación UE-Reino Unido, destacada potencia militar, sigue tensa a pesar de esfuerzos post-Brexit.
Polonia, los estados bálticos y las naciones nórdicas buscan liderar iniciativas, impulsando a los estados europeos de la OTAN para incrementar el apoyo a Ucrania. Pero cualquier esfuerzo en defensa requerirá el respaldo económico e influencia política de Alemania. Un nuevo gobierno en Berlín deberá reconocer los desafíos de seguridad, invirtiendo en una amplia estrategia europea.
La contribución combinada de Alemania, Francia y Reino Unido a Ucrania es menos de la mitad de lo que Estados Unidos aportó. La UE debe reevaluar sus capacidades de defensa e industria militar, reconociendo que comprar la mayoría de sus armas en el extranjero es insostenible. Para convertirse en un proveedor creíble de seguridad, debe cubrir sus propias necesidades de defensa y remodelar sus industrias militares con estrategias continentales.
No priorizar los esfuerzos de defensa deja a Europa vulnerable a agresiones rusas continuas. Además, China, Irán y Corea del Norte respaldan la guerra rusa, suministrando armas y tecnología de doble uso. Rusia apoya a los hutíes en Yemen, ampliando su influencia estratégica, mientras Pekín observa las respuestas occidentales en Ucrania, midiendo implicaciones para sus propias ambiciones en Taiwán.
Europa enfrenta un momento decisivo. Dependerá de ellos recuperar su imagen como actor relevante en seguridad, preservando relaciones transatlánticas y conteniendo las ambiciones expansionistas rusas. Sin defensa, Putin no se detendrá en Ucrania y, tras décadas de paz relativa, la guerra podría volver a ser una constante.
Europa debe reconocer las urgencias, fortaleciendo capacidades, juntando voluntades políticas, y asumiendo que un papel proactivo en su propia seguridad no es cuestión de autonomía estratégica, sino de supervivencia. Solo acciones coordinadas y decididas garantizarán a Europa seguridad y estabilidad en un mundo multipolar competitivo.

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