¡Feliz Nochebuena!
Estamos ad portas de la más grande fiesta del mundo católico. Como todos los años, es necesario recordar y afirmar nuestra fe y amor a Dios y a la Santísima Virgen María.
Es momento de la verdadera reconciliación con nuestra propia vida, de hacer un recuento de cada uno de nuestros actos, de pensar cuántas veces hemos dejado de amar a quienes más lo necesitaban, cuántas veces fuimos egoístas. No miremos estas fiestas con el sentido de un festejo más ni de llegar a una cena navideña por costumbre…
Roguemos a Dios para que nos permita ver con más claridad el profundo significado de lo que celebramos: el nacimiento del Hijo de Dios, el Niño Jesús, que hecho hombre nos dio la más grande y pura muestra de amor al morir por la humanidad y por la salvación de los hombres.
Aprovechemos, pues, la Navidad para pedir perdón a quienes hemos ofendido involuntariamente. Vivamos para hacer que nuestras familias sigan siendo lo mejor de la vida misma y que el centro de trabajo sea la continuación de nuestros hogares. Hay algo mucho más íntimo en ese sentimiento cristiano: es una fiesta de amor, es el día en que el mundo celebra en familia lo que Él nos ha dado. Es el momento que debemos dedicar a una reflexión profunda y sincera sobre cómo somos, para comprender que nuestro derecho termina donde comienza el de la otra persona. Es, pues, la oportunidad de aprender a perdonar y a servir a los demás, esperando solo una sonrisa como agradecimiento y gozando con ello. Con eso basta y sobra; lo demás, si lo hay, vendrá por añadidura.
Que en cada casa –al margen de las posibilidades económicas de cada familia– haya un Nacimiento en el que se adore al Niño Jesús recién nacido al tocar los relojes la última de las doce campanadas. Que la familia esté unida como el mejor homenaje a Jesús y a lo que Él representa: paz, amor, solidaridad, perdón, reconciliación franca y perdurable.
El Nacimiento armado amorosamente, con la ayuda de mi nieta Antonella y mi madre –en mi caso–, es un cuadro que ningún artista podrá imitar, hermoso por el amor sincero que contiene; bello porque allí está la tradición familiar, las manos de la madre, la ayuda de los hijos y la maravillosa imaginación de la nieta, colocando cada figurita, cada imagen, cada juguete creado por la incomparable idea de los niños, imbuidos de un franco y honesto sentimiento de fidelidad y amor a Jesús.
Lo demás –si lo hay– vendrá por aditamento. Si no lo hay, su falta no disminuirá el valor ni la fuerza del amor entrañable que todos, sin excepción, deben demostrar hoy y siempre.
A ustedes, apreciados lectores, que tienen la paciencia de leerme y seguirme por las redes sociales y por mi casa EXPRESO, como diría el Papa Juan Pablo II: “¡Feliz Navidad! Que la paz de Cristo reine en vuestros corazones, en las familias y en todos los pueblos”.
Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad…
¡Feliz Nochebuena!
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