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Festín de sombras

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Fecha Publicación: 13/01/2025 - 21:20
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En una escena de Ricardo III, Shakespeare lo dibuja insatisfecho con la paz, aburrido, ansiando la guerra como quien, atrapado en la monotonía, busca emociones en el desastre. Esa inclinación hacia el caos y lo oscuro parece haber encontrado en nuestras redes y medios un escenario privilegiado. Falsedades sobre pandemias, noticias obsesionadas con sicariatos y profecías catastróficas de terremotos inminentes son los nuevos actores de una tragedia que consumimos con voracidad.
La historia está repleta de ejemplos de este apetito por lo sombrío. El poeta romano Lucrecio advertía en su atomista De Rerum Natura sobre cómo el miedo alimentaba la fe en dioses crueles. La diferencia es que ahora no necesitamos templos ni augures: bastan las redes sociales y un algoritmo que prefiere el temor al sosiego. En un estudio de MIT (2018), se demostró que las noticias malas se difunden seis veces más rápido que las buenas. No es el dato lo que importa, sino el impacto emocional. No se entienden la razón con la emoción, decía Pascal, pero el corazón humano siente una extraña fascinación por lo calamitoso.
Esa atracción hacia el mal no es nueva. ¿Quién no ha sentido un escalofrío al leer a Medea asesinando a sus hijos o al ver a Lady Macbeth manipular con maestría el destino de otros? El “villano” es el centro de las historias, el personaje más complejo, mientras que el bien suele relegarse al tedio de la perfección. En nuestra cotidianidad, ese espectáculo se traslada a las pantallas: la fascinación por el caos, el morbo por la ironía o la tragedia, el interés por lo prohibido.
¿Pero por qué? Tal vez, como decía Epicuro, preferimos la inquietud al vacío, el drama al silencio. Olvidamos que también podemos elegir el sosiego, la claridad. Los estoicos y Epicuro hablaban de la ataraxia, esa paz interior que no se alimenta del ruido externo, sino de una vida guiada por valores más luminosos. Pero el problema radica en lo que sostenemos en nuestra mente: el enfoque crea nuestra realidad, y una sociedad que consume miedo crea vibraciones bajas, ansiedad y fragmentación.
Quizá, como sugiere Pascal, la respuesta está en aprender a transitar desde la inquietud a la serenidad y la plenitud. No se trata de ignorar los problemas, sino de no vivir en la sombra que proyectan. ¿Podemos resistir la tentación del caos y elegir, al menos por un instante, el brillo de la calma?

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