Fiebre controlada
La sesión inaugural de la VI cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) ha sido un termómetro para medir los grados de fiebre que tiene el discurso demagógico y populista en esta parte del hemisferio. Y vaya que la temperatura es alta pero todavía ajena al extremo de las náuseas, el delirio, la taquicardia o el coma.
Los emplazamientos realizados por los presidentes de Uruguay, Ecuador y Paraguay al sátrapa Nicolás Maduro, por ejemplo, y a sus ínfulas de patriarca revolucionario del continente, animaron la narrativa democrática. Igual lo dicho por el primero de ellos, Luis Lacalle Pou, al dictador cubano Miguel Díaz-Canel, recordándole que –a diferencia de la gran patria de José Gervasio Artigas– los traficantes de las luchas de José Martí no permiten en la isla el libre debate de ideas ni la existencia política de la oposición.
Dicho sea de paso, este intercambio graficó la decadencia de la estructura gubernamental cubana con un Díaz-Canel que no llega ni al dedo meñique de la ampulosidad argumental de Fidel Castro.
Y el encuentro sirvió también para evidenciar los matices que la izquierda populista latinoamericana tiene en materias que arriesgan su futuro. El tema Nicaragua y la barbarie ejecutada por su dictador Daniel Ortega es hoy fundamental. Maduro y Díaz-Canel no tuvieron empacho en respaldarla.
Iluminado por ello, el canciller nicaragüense Denis Moncada la emprendió contra la Argentina de Alberto Fernández acusándola de conspirar contra su país en alianza con los EEUU y adelantando que no votaría por la nación gaucha para ocupar la presidencia pro tempore de la Celac. Un funcionario diplomático argentino de segundo nivel (pues el canciller Felipe Solá tuvo que cancelar su presencia al enterarse, en pleno vuelo, que había cesado en el gabinete) se vio obligado a responderle: Argentina (como lo han hecho Pepe Mujica y otros líderes izquierdistas latinoamericanos) solo exige la liberación de los presos políticos nicaragüenses.
En cuanto a nuestro presidente Pedro Castillo, debemos mirar más allá de su patética intervención signada por los lugares comunes, reflexiones enrevesadas y el consabido cliché de representar a quienes no tienen voz. Lo único cierto es que Castillo se las arregló para no abrir distancias ni acercamientos especiales. El cúmulo de sus galimatías solo anuncia que quiere estar bien con todos. Por lo menos, aparentarlo por el momento.
En México, Castillo ha tenido por igual una agenda de trabajo con Díaz-Canel como con el controvertido magnate de las telecomunicaciones Carlos Slim. Ha incorporado a su delegación empresarios nativos. Para su visita a Washington, se han forzado entrevistas con el presidente del Banco Mundial y la directora ejecutiva del FMI. Sus discursos ante la OEA y la ONU, creo, no marcarán pautas de confrontación sino del lastimoso autoflagelo al que nos tiene acostumbrados.
La fiebre populista de izquierda en la región se ha incrementado, pero podremos controlarla.