Fujimori Q. E. P. D.
Al pergeñar estos renglones, nos encontramos con un proyecto de ley que impulsa una de las bancaditas vinculadas al castro-cerronismo y que propone la prohibición de rendir honores de Estado en las exequias de un expresidente de la República que haya sido condenado penalmente. Sin duda, a los congresistas autores de esta iniciativa les ha quedado la sangre en el ojo después del velatorio y funeral de los restos de Alberto Fujimori, en los que más importante que el protocolo ceremonial ha sido la despedida en olor de multitud del ex primer mandatario.
Sea que se tramite o no la propuesta legal de marras, y sea porque la parafernalia oficial convenía a los intereses del frágil gobierno de turno sostenido, principalmente, por la bancada fujimorista, lo cierto es que el popular Chino, con sus luces y sombras, ha pasado al más allá arropado por el recuerdo cariñoso y el reconocimiento de miles de peruanos de todas las edades y condición.
Quien escribe nunca votó por él en la década que gobernó y opinó críticamente sobre los excesos antidemocráticos y autoritarios de su gestión. Sin embargo, si se intenta hacer un balance desapasionado del mismo, el primer quinquenio fue fundamental para que el país dejase de ser el Estado prácticamente fallido que recibió, azotado por la peor subversión terrorista y la mayor crisis económica, sentando las bases estructurales para su recuperación y desarrollo político, económico y social; mientras que el segundo, desafortunadamente, terminó lastrado por la desmedida ambición de poder y una galopante corrupción pública, de la que se puede salvar la extraordinaria Operación Chavín de Huántar y, en el terreno de política exterior, el haber acabado con el secular conflicto territorial con el Ecuador, iniciando una auspiciosa relación bilateral, así como el acuerdo con Chile que zanjó los asuntos pendientes heredados de la infausta guerra. De la posterior infame re-reelección en el 2000, su fuga al Japón y consiguiente vacancia presidencial, mejor ni hablar.
Así como no votamos por él, los insondables caminos del destino nos colocaron en el cargo de Ministro de Justicia en agosto del 2005. En tal condición y hasta el término del régimen toledista, nos tocó la responsabilidad de participar en el comienzo del procedimiento de su extradición y de la aprobación de los primeros cuadernos que sustentaron su entrega ante la República de Chile, donde se hallaba detenido. Nada de esto cambia nuestra opinión de que Alberto Fujimori, como los dioses de la mitología grecorromana, con sus virtudes y defectos, resultó providencial para el rescate del Perú de las garras de la insurrección terrorista y de la ruina económica. A los que todavía se dejan llevar por el odio visceral en su contra, arrastrando al país a la polarización que padecemos, únicamente les aconsejamos un sabio adagio romano: “Mortal, no hagas tu odio inmortal”. ¡AMÉN!
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