García Calderón y el cesarismo ilustrado

Francisco García Calderón Rey fue hijo de muestro presidente cautivo durante la guerra con Chile y heredero intelectual del gran escritor José Enrique Rodó (1874-1917) autor de “Ariel”. En su juventud recibió la influencia del positivismo de Augusto Comte (1798-1857), cuya divisa era “orden y progreso”, y el evolucionismo de Herbert Spencer (1820-1903) así como de la “soberanía de la inteligencia” que el Bartolomé Herrera (1808-1864) adoptó de Guizot y los eclécticos franceses. Por ello no es de extrañar el planteamiento inicial del joven peruano en su obra “El Perú contemporáneo” cuando os dice:
“Debemos llegar al gobierno democrático, por la oligarquía. Todo lo demás no es si no política oratoria, teñida de fórmulas absolutas e irrealizables (...) Esta oligarquía no podría ser exclusiva; no sería una aristocracia de tradición, cuya formación es imposible en un medio tan mezclado; ni una plutocracia aislada; sino la unión del talento, de la riqueza y la tradición, en una colaboración definitiva (...) Sin llegar a la dictadura simulada, de Méjico, con el gran Porfirio Díaz; (...) una oligarquía abierta haría la grandeza del país” .
En 1907, fecha de aquel texto, García Calderón creía que el régimen de las élites con un líder fuerte era mejor que el régimen del caudillaje criollo. Estos dos modelos ideales los distinguía resaltado que:
“El ideal francés, en apariencia paradójico, la “República Monárquica”, busca más la libertad que la igualdad, reemplazando ligeramente la burguesía al feudalismo. El ideal español, el “cesarismo democrático” implicaba más la igualdad que la libertad. Francia soportó a todos los líderes jacobinos en nombre de la libertad. América sufrió toda clase de anarquías, en nombre de la igualdad”
Con la paulatina perdida de legitimidad de las élites durante la “belle epoque”, a García Calderón le preocupó la irrupción de una “democracia iletrada” se empieza a tolerar la idea de una “dictadura ilustrada” que evite el desborde demagógico. En una carta a su amigo Jose de la Riva Agüero y Osma le confesaba:
“Porfirio Díaz es un Don Pedro, sin cetro, (...) Necesitamos que nos tiranicen conservando las formas aceptando la autocracia sobre la nivelación general, la desigualdad racional, la organización de grupos históricos (...) Creo que la monarquía constitucional es el mejor régimen de gobierno, y que, viendo esta cuestión occisa en América, (extender) el período presidencial permitiéndole una reelección y estableciendo un senado que sirva de equilibrio a la demagogia, etc.”
Esta nueva interpretación la perfecciono en su siguiente libro “Las Democracias Latinas de América” donde, a partir de la comprensión del carácter igualitario del individualismo ibérico, tan receloso de las jerarquías sociales, García Calderón acepta que la “vía latina” hacía la Democracia solo puede pasar por la intermediación de u líder ilustrado.
El excepcional Ventura García Calderón (1887-1959), al hacer un balance de la obra y legado de su generación en su ensayo “Nosotros” (1946) parece confirmarnos el verdadero sentido del cesarismo ilustrado de su hermano al decirnos que:
“Con certera mirada juzgo Francisco los peligros de la libertad cuando el mundo entero cantaba sus loores desordenados y quiso para su patria la estabilidad de un gobierno fuerte, de un poder ejecutivo consolidado, aunque padecieran los dogmas de la Revolución Francesa que, con los fastos de la historia romana, fueron retórica predilecta de entonces”.
En 1949 Francisco García Calderón pronunciado su último discurso bajo el título de Recuerdos. Entonces ya aquejado de varios males, encontró un postrero instante de lucidez para rendir un último tributo a su amigo prematuramente desaparecido y, cual “canto de cisne”, nos dice sentido, como resumen de la esperanza no realizada de su generación novecentista: “No me consolaré nunca de que Riva Agüero no haya sido presidente del Perú.”

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