Genios de la estrategia militar
La objetividad nos pregunta cuál es el rasgo peculiar que convierte a un militar en genio, fuera de la inteligencia intrínseca y en las virtudes inherentes desde la eternidad. La suerte aquí no juega roles fundamentales en la construcción de un sólido liderazgo y el temperamento vital. En ese sentido, Sun Tzu, presenta una filosofía convencional para lograr victorias consideradas imposibles. Su gema: “El arte de la guerra” es la obra maestra sobre la estrategia y es libro de cabecera de genios militares. En la investigación histórica hay razones que determinan el éxito en batalla: el temple, el carácter, la inteligencia emocional. Ciertamente, cualidades que confirman la tenacidad indomable del portentoso dirigente. ¿Pero es solo la destreza o idoneidad innata, el código que hace destacar al estratega genial de simples mortales?
Todos estos líderes desarrollaron la astucia hasta la obsesión y diseñaron cambios geopolíticos como parteros de la estrategia política. Veamos: Erwin Rommel, sus tácticas le hicieron ganar una gran reputación como el más hábil, y el apelativo de “El zorro del desierto”. Sagaz e innovador fue artífice del concepto “Guerra relámpago” que consistía en atacar por sorpresa y por demolición las huestes enemigas y destrozarlas sin alternativa de respuesta enemiga.
Andrés Avelino Cáceres: “El brujo de los Andes” quechuahablante, defensor de la legalidad y presidente. Tuvo en jaque al ejército chileno hasta la patología. Sus caballos con herraduras al revés, lo convertían en un militar todopoderoso y omnipresente. Vencedor en Marcavalle y Pucará. Basadre dijo de él: “Alto, delgado, ancho de hombros, de aspecto imponente, de ojos grises y casi negros y una permanente cicatriz en el párpado derecho, cabello castaño, largo, poblado y entrecano”.
Otro superdotado que le propinó al Imperio Romano soberanas palizas domiciliarias, desarrollando una estrategia militar digna de cátedra eterna, fue el gran Aníbal de Cartago. “El que goza del favor de Baal”, padre de la estrategia política y militar.
Y culminando con la galería de talentos, en Francia, Napoleón Bonaparte, estadista y general, vencedor consuetudinario, sólo pierde la batalla de Waterloo por unas detestables hemorroides que le impidieron dormir y planificar una victoria.
Ante este correlato de grandeza, la señora historia nos alerta frecuentemente que cada cierto tiempo como oscura contraparte, en lugar de genios, llegan al poder psicópatas iluminados que se perennizan, aprovechando carencias y debilidades de la gobernanza de los pueblos.
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