Geopolítica de Evo
El Perú se halla ante un audaz proyecto geopolitico que instrumenta a Evo Morales. Es el embrión de una nueva versión de exportación del castrismo cubano y el chavismo bolivariano. Podría llamarse evo imperialismo. Está ante nuestras narices y no lo vemos.
Si se tratara de un gobierno boliviano democrático, ese proyecto geopolítico siempre sería digno de atención y quizá no representaría amenaza para el Perú. Pero con Evo nos hallamos ante algo de proporciones desconocidas, pero intenciones políticas visibles.
Se trata del proyecto de abastecer la energía del sur del Perú con gas boliviano mediante un gasoducto desde sus yacimientos, lo que hoy prospera gracias al fiasco brasileño del Gasoducto del Sur de Camisea a Ilo.
Al respecto, Puno se ha convertido en el polo económico del sur y el Perú desconoce su magnitud. No sospecha las proporciones de la nueva riqueza generada por la minería del oro ilegal, del narcotráfico y el contrabando en proporciones gigantescas, además de la actividad productiva legal de la región. En Puno no hay registros de propiedad, no hay seguridad, no hay agua potable siquiera, el Estado peruano virtualmente no existe. El oro ilegal se contrabandea a Bolivia, donde es “lavado” dentro de un marco legal permisivo.
Varias generaciones de limeños crecieron en la idea de que Puno es un lugar muy pobre. Pero el Collao fue un emporio de riqueza siempre, en el Tahuantinsuyo y en el Virreinato. Fue el Virreinato del Río de la Plata y la República del Perú lo que arruinó a Puno y al sur. Pero cualquier visitante puede dar fe de lo que hoy ocurre. Basta ir a La Candelaria para ver el despliegue masivo de decenas de orquestas de cientos de músicos cada una, y de miles de bailarines que requieren una inversión que cada año financia una multitud de padrinos. Además, la vocación comercial e industriosidad de los aymaras ha llevado a expandir la migración de los puneños a todo el Sur. Hoy son una proporción importante de la población, incluso electoral, de Arequipa, Moquegua y Tacna. Controlan el comercio local y -como los chinos en el Sudeste asiático- en una generación más serán banqueros.
En este contexto ahora, reconsidere el lector las proyecciones del proyecto boliviano de abastecer de gas a todo el sur del Perú. Considere, además, que el gobernador regional de Puno, Walter Aduviri, no solo no oculta su admiración por Evo, sino que tiene a su gobierno explícitamente como modelo político. Considere, sobre todo, que siendo el presidente, Martín Vizcarra, moqueguano de nacimiento, mira con simpatía el proyecto y envió al ministro de Energía de su gobierno a firmar un preacuerdo con Evo para la construcción del gasoducto desde Bolivia. El gobierno peruano, además, ya ha adelantado su total preferencia por el tren transoceánico desde Sao Paulo a Ilo pasando por territorio boliviano sobre otras alternativas incluso comercialmente más rentables.
Si la iniciativa le conviene o no al país es un tema que el Perú necesita debatir públicamente. Ese debate indispensable no tiene lugar, sin embargo, porque el Perú esta ocupado mirándose el ombligo en un batalla obsesiva con fantasmas, creyendo luchar contra la corrupción.
Pero si alguien cree que un proyecto de esta magnitud es uno de interés puramente comercial es un ingenuo. Este es un proyecto de dimensiones geopolíticas. Estamos ante la pugna entre intereses globales para definir quién controla los recursos naturales –agua, cobre, oro, litio- de toda la región para el siglo XXI y, en lo inmediato, quién construye la infraestructura de conectividad interoceánica de América del Sur. Entregarle a Bolivia la llave de la energía del sur del Perú, no obstante, es harina de otro costal. Es modificar el equilibrio geopolítico de toda la región -lo que repercutirá en el balance de las relaciones entre el Perú, Bolivia y Chile- y esto para llevar a cabo una agenda que no conocemos.