Gobierno, encuestas y popularidad
¿Qué explicaría la vertiginosa caída en la popularidad del gobierno del presidente Vizcarra en las encuestas de opinión? ¿Por qué no suben los números si se incrementan los anuncios de inversión con inclusión social día a día? ¿Acaso tendrán razón sus detractores cuando dicen que no tiene a quién culpar de sus desaciertos en gestión? ¿Cuánto de esta caída es generada por la sensación de parálisis en la microeconomía familiar? ¿Tendrá esta percepción víctimas de carne y hueso? ¿Cuánto atribuirle a una “fallida” lucha anticorrupción este gran bajón en la popularidad gubernamental? Son muchas interrogantes las que genera esta caída en sus cifras de aceptación. Vayamos por partes.
Una primera razón sería haber reducido el discurso gubernamental de los inicios de gestión a únicamente la lucha anticorrupción. El problema es que la batalla contra los corruptos no tiene aún resultados concluyentes. La sensación de una lucha eficaz con capturas y prisiones preventivas, se diluyen hoy a falta de acusaciones concretas.
El gran tema de agenda propuesto por el primer mandatario, identificando a corruptos y corruptores que debían ser castigados por igual con todo el rigor de la Ley, no ha logrado descifrarse en un código popular, que explique por qué hoy los detenidos salen libres sin tener acusación formal. ¿Quiénes son los culpables? ¿Funcionarios públicos o agentes privados? Inclinar la balanza al lado político tiene consecuencias. La principal es la pérdida de credibilidad y verosimilitud de las investigaciones.
Una segunda razón es que los casos de corrupción tocan también a hombres muy cercanos al Presidente, lo que obliga al mandatario a deslindar y cortar por lo sano esos vínculos, que hoy le restan capacidad de convocatoria.
Una tercera razón es que el gobierno comenzó muy tarde sus planes de acción en el ámbito social. Y a ello se suma que las medidas anunciadas en temas como Salud, Inclusión Social y Educación no terminan por convertirse en reformas de alto impacto. Hasta hoy, el peruano de a pie no comprende, a ciencia cierta, cuáles son los beneficios que tendrán como ciudadanos con la implementación de las medidas anunciadas en estos sectores. Las narrativas gubernamentales y políticas se convierten en frases cliché vaciadas de contenido.
Una cuarta razón es que no existe un discurso gubernamental ni una acción convincente en temas como Seguridad y Economía. Todas las mañanas, los noticieros nos recuerdan el incremento de crímenes en nuestras calles, y nos muestran una incapacidad estatal para combatir y vencer a estas lacras. Si a ello sumamos los crecientes índices de desempleo, sin duda el gobierno estaría cocinando, tal vez sin querer, un explosivo caldo de cultivo que termine tirando por los suelos las expectativas ciudadanas.
Se necesita un verdadero shock de confianza, que sustituya el histórico voto en negación que caracteriza nuestra cultura política, por uno propositivo que haga realidad una gestión eficiente. El Gobierno debe comprender que su apuesta por el discurso monotemático y repetitivo no puede ser confundido con una audiencia mononeuronal. Nada más alejado del imaginario popular. Finalmente, este termina mostrando su sabiduría, cuando las élites piensan que atravesamos los peores momentos.