Gracias por el beso eterno
Hace exactamente un año, fui testigo de la experiencia más dolorosa por la que puede atravesar el ser humano, la pérdida de una madre. Muchas veces vi que otros pasaban por esa terrible circunstancia, intentaba ofrecer consuelo, pero nunca fui consciente de ese dolor inmenso. Las lágrimas nunca son suficientes para calmar el alma.
Fue un jueves de otoño, los relojes marcaban las 8:20 la mañana, cuando abruptamente me sorprendió un golpe intenso que sacudió mi ser, una sensación de ansiedad inexplicable. Apareciste en mi mente, a pesar que horas antes estuve a tu lado. Mi ocasional velador estaba deshecho y sentí tu asombrosa presencia, como cuando con ternura llegabas a mi cuarto a darme un tierno beso.
Pasó solo un par de minutos y recibí una llamada que nunca hubiese querido escuchar. Acababas de partir, te habías ido sin retorno, sin dar marcha atrás. Mis palpitaciones no tenían control y se apoderó de mí el desconsuelo.
Poco después pude entender que a pesar de tus dolencias y la marcada distancia que te alejaba desde el hospital donde yacías, tuviste la fortaleza para llegar a despedirte de mí, tal como cuando el abuelo ‘papá’ Julián llegó a tocar la puerta, allá en la casa de la chacra.
Escribo estas líneas, no para que las leas, sino para recordarte con amor y como un pequeño homenaje por cada vez que te emocionabas al verme en estas mismas páginas escribiendo de todo, porque eras consciente de que como hijo, te prolongaba y siempre buscabas que trascienda.
Me acompañaste casi medio siglo y no hay palabras para agradecer ese gran esfuerzo. Fuiste excepcional y hoy en tu misa estaremos juntos a la familia y tus amigas de toda la vida.
Solo me queda el consuelo, que no sufriste en tu lecho final, tus últimos días de inconciencia, a pesar de la gravedad de tus dolencias, volviste para despedirte y darme un beso eterno. Tengo claro cada una de las palabras que me dijiste y me encargaste, viejita linda.
Tuve la suerte que los últimos años hicimos juntos todo lo que querías y te proponías y durante este año me has permitido soñarte porque sabes que te extraño. Cuando te recuerdo no puedo dejar de pensar en los versos finales del poema ‘En paz’, de Amado Nervo
¡Que amaste y fuiste amada, el sol acarició tu faz! y al final del camino pudiste sentirte orgullosa de decir que a la ¡vida nada le debes, porque de esta vida te fuiste en paz!
Por Juan Pablo Chirito
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