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Hacer las cosas bien

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Fecha Publicación: 22/11/2024 - 22:00
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No existe una manera fácil o rápida de hacer nuestro pollo; solo la manera bien hecha. Desconozco si dicha frase es un principio fundacional o un lema. No es tampoco mi intención abundar ni tomar posición respecto a las cualidades del producto ofrecido. Pero sí me gustaría detenerme de intento en el alcance y aplicación que tiene el mensaje de ese lema para la vida personal y social de una comunidad.
El acento de su fuerza no radica en la rapidez, la simpleza, la estética de la presentación, ni siquiera en el precio, sino en su condición de estar bien hecho. Hacerlo bien compromete integralmente toda la operación conducente a factura. Esto es lo difícil y atractivo a la vez, porque no hacer bien el trabajo que se tenga entre las manos repercute en la productividad y en lo ético.
Con respecto a la productividad, habría que decir que los bienes y servicios ofertados en el sistema productivo tienen condición de medio o de insumo tanto para un destinatario final como para uno intermedio. Para que la cadena transaccional prosiga y sea fecunda, las operaciones y/o procesos de esos medios o insumos deben ser bien hechos.
En cierto sentido, un trabajo bien hecho destaca por la humanidad puesta en aquel. Puede ser en materia de conocimientos, de experiencia, de perseverancia, de creatividad, de intencionalidad, de atención, de habilidades y un gran etcétera. Por el contrario, un trabajo displicente, mediocre, farragoso, lento, a medio terminar e impuntual, entre otras notas, no se perfila como un adecuado medio; más aún, merma la productividad y encarece los costos en las operaciones de los destinatarios.
¿Cómo se podría calificar a no pocos servicios ofrecidos por la administración pública que demoran en atender y resolver los asuntos de los ciudadanos; en la exigencia puntillosa en las intervenciones; en el control que ahoga las iniciativas; y en la poca eficiencia para responder a las necesidades básicas de los habitantes? El trabajo deficiente de varios sectores públicos perjudica ostensiblemente la marcha eficiente, organizada y económica del país.
El trabajo mal hecho es una suerte de flagrancia contra la ética: el otro no recibe lo que le es debido. Un beneficiario cree, confía – sin este presupuesto ninguna relación comercial funcionaría – en que recibirá un producto o servicio tal y como se le prometió y capaz de satisfacer una necesidad sentida.
El no recibir el bien con esas características podría deberse a insuficiencias técnicas o a un encubierto engaño en su confección para obtener más réditos económicos. En realidad, el trabajo mal hecho adrede presenta un importante componente ético.
El solo hecho de que a la solicitud – directa o indirecta – de pagar un “sobrecosto” para apurar un trámite o agilizar unos resultados, se le considere como un tercero en la relación es un atentado y afrenta a la ética. ¿Por qué? Si el ciudadano sugiere un sobrepago es porque busca conseguir un privilegio; y si lo pide un funcionario, es una extorsión, porque el elector quiere lo que le es debido.

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