Hagamos votos porque esta pesadilla acabe pronto
No es posible, amable lector, satisfacernos con la estupidez, la mediocridad, la mentira y la informalidad, como sistema regular de gobierno. Aceptarlo equivaldría a claudicar a fundamentales principios de democracia, Estado de Derecho y a la –supeditada- ética social para respetar a todo aquel que funja de máxima autoridad, en su condición de gobernante de 32 millones de peruanos. La inexperiencia no es excusa permisible para convalidar atropellos, estropicios, satrapías y finalmente delitos, a nombre del “no sabía”. Excusa infecta a la que consistentemente apela la cleptocracia comunista que se ha asentado momentáneamente en palacio, mientras la Justicia continúa sin dirimir sobre el presunto fraude electoral, tanto en abril como junio 2021, que llevara a Pedro Castillo a la presidencia de la República.
Empezamos el año 2022 y, sin la menor duda, resulta intolerable permanecer ajenos a la irresponsabilidad y negligencia tan características de todos aquellos actos de este improvisado, temerario gobierno encomendado a un neófito encumbrado como jefe de Estado. Hablamos de esta caricatura de presidente vistiendo un aberrante sombrero a manera de símbolo de algún poder superior. Nos rebelamos entonces a respetar esta simbología vergonzante sólo para satisfacer la frustración personal de quien la impone por razones de su acomplejamiento personal, lo cual bajo ninguna manera se condice con la prestancia que demanda el ejercicio del cargo de jefe de Estado de una nación.
El liderazgo no se ejerce por imposición. Hasta los sátrapas comunistas exhiben claras condiciones de capacidad intelectual, de demostrado liderazgo propio, de acendrado alcance de la realidad y de sentido común. Sin embargo, la figura de Pedro Castillo es, por decir lo menos, la antítesis de quien ocupe la presidencia de la República. Pero no sólo nos referimos a sus conocidas cualidades exteriores sino, por encima de todo, a su falta de condiciones innatas para ejercer ese don de mando que constituye la razón de ser de cualquier caudillo. Presentarse como humilde campesino sin siquiera ser un quechuahablante; disfrazado de equeco; rodeado de familiares a quienes ya se ha encargado de colocar en cargos públicos remunerados con su dinero, amable lector; y, además, amenazando con conducirnos a las miasmas del empobrecedor, miserable y dictatorial comunismo sudamericano, no implica que aquel poblador que repela a este personaje deba rendirle sumisión ni menos aplaudirle. Para ello están esos miserables alcahuetes que le rodean, dedicados a medrar del Estado a través de aquella fallida presidencia que no sólo no gobierna, sino que, con sus veleidades y avidez de poder, destruye sistemáticamente los cimientos del Estado y violenta el sistema democrático.
En apenas cinco meses de gestión el señor Pedro Castillo Terrones ha dinamitado las entrañas del Estado de Derecho, manipulado a la Fiscalía de la Nación, colocado al poder Judicial contra la pared, y presionado a todos los estamentos del Estado para consolidarse en el poder. A esto se le conoce como tiranía en cualquier nación del planeta. ¡Y la Aldea Mundial se encargará de marginarlo! Hagamos votos porque esta pesadilla acabe muy pronto.
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